domingo, 23 de septiembre de 2012

Capítulo 13 Siendo Uno

KYAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ¿Qué puedo decir? ;O; POR FIN EL CAP 13!!!!!!!!! BIENNNNNNNN >o< Bueno, más bien internet para subir el cap trece u_u ...
Veráan estoy de mudanzas con eso de la universidad y he estado varios días sin internet ;__; hasta el miercoles no me lo instalan u_u pero como he vuelto a casita un par de diitas... YUPI!! : D Os puedo dar el cap que prometí *-* Para no haceros esperar lo cuelgo y después se lo pasaré a mi querida editora Riruka (no me mates ^^u)
Ya lo arreglaré cuando ella lo corrija así que ... perdonen mis faltas >///////<

------- Capítulo 13


-Nath…. – Castiel me abrió la puerta velozmente quedándose anonadado ante mi pésima apariencia. – Estas empapado, ¿Qué cojones…?

Lentamente fui alzando mis ojos del suelo, no sé qué cara estaba poniendo en aquel momento ni si mis lágrimas habían dejado de  ser camufladas por la lluvia. Pero en cuanto me vió, me agarró por el brazo y me empujó hasta él haciéndome entrar de golpe.
No importaba cuan caliente estaba su cuerpo, el frío de mi piel seguía sin esfumarse. Aún así sus brazos siempre se sentían tan reconfortantes. Me quedé abrazado a él un rato. No quería moverme, temía que todo fuese un sueño, que si lo soltaba desaparecería y me quedaría de nuevo solo bajo la lluvia.

Entrelazó sus dedos en mi pelo permitiéndome hundir mi rostro en su hombro, el tiempo se había detenido. Me daba igual, de hecho quería permanecer así, por siempre.
De repente un pequeño maullido se quejó entre mis brazos, pobre gatito. Sin darnos cuenta estábamos apretujándolo. Castiel se separó de golpe mirando mis brazos extrañado. Poco a poco retiró las telas dejando al descubierto a aquella pequeña bolita de pelo temblorosa.

-Creo que voy entendiendo las cosas… - sin decir yo nada él ya había comprendido lo que ocurría. Cerró los ojos un momento y me arrebató al minino de los brazos. – Deberías ducharte, sino vas a coger una pulmonía. Yo me encargo de esto.
No protesté, no dije nada. Tan solo le hice caso, después de todo confiaba en él.

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Salí de la ducha con una toalla amarrada a la cintura y otra en el pelo. Apenas me había secado, solo quería salir y volver a verlo. Comprobar que no era un sueño.
Y allí estaba él, sentado en su sofá con un pequeño biberón mientras alimentaba al gatito. Para mi sorpresa Demonio estaba sentado junto a él y dando de vez en cuando algún débil golpecito al minino para que se acabase la leche. Que escena más cómica hubiese sido en un momento normal, pero para mí ahora era de lo más hermosa.

-No sabía que supieras cuidar de algo tan frágil – le dije mientras me sentaba a su lado.
-Te cuido a ti, tengo experiencia – dejó al pequeño gatito en el sofá y observó como este intentaba caminar. Se caía con frecuencia, tenía la barriguita hinchada de comer y no podía evitar tambalearse. Castiel se reía un poco de él pero lo ayudaba a levantarse. Acto seguido, se giró hacia mí. - ¿Qué carajo haces así? ¿Qué quieres coger una pulmonía? Y encima descalzo…
-Tú también estas descalzo, y sin camiseta – dejando al descubierto ese cuerpo que no podía dejar de mirar.
-Es distinto, yo estoy seco. Tú no – se giró un momento al escuchar a Demonio. Me levanté corriendo para pararlo pero Castiel me detuvo. Su perro acababa de coger al gatito con el hocico y se lo llevó a su cesta acurrucándolo con él. – Vaya perro tengo, ahora resulta que tiene instinto paternal y todo.

Era increíble, ya me veía luchando contra demonio porque no se comiese al gato y en cambio lo acogió como si fuese suyo. ¿Por qué me daba la impresión de que todo estaba saliendo bien? ¿No era extraño? Quizás demasiado bonito. Pero era cierto, y yo necesitaba que lo fuese.
El pelirrojo se levantó y se situó frente a mí sin decir palabra alguna, solo me observaba mientras me secaba el pelo con la toalla. Nuestros ojos se miraban como si solo existiesen ellos, viendo nuestros reflejos en el otro.
Alcé mis manos a su cuello atrayéndolo hasta mí y lo besé. Lo besé como él me besaba a mí, con ansia, hambriento. Mis dedos se hundieron en su pelo sujetándolo con fuerza mientras él agarraba con decisión mi cintura juntándome lo máximo posible a él.

El tiempo volvía a congelarse a nuestro alrededor.

Abandoné sus deliciosos labios y ataqué su cuello. Recorrí su exquisita piel con mi lengua, captando su sabor, sintiendo su ferviente calor. Y hubiese continuado, si él mismo no me hubiese parado.

-Nath, ¿estás seguro? Si sigues no podré detenerme. – una respuesta sin palabras, un mero gesto que me entregaba a él. Solté el nudo de mi toalla y volví a agarrarme de su cuello aferrándome a él con fuerza. – Entonces, te devoraré toda la noche.

Me tomó en volandas y me llevó  a su habitación dejando a los animales durmiendo plácidamente en el salón.
Caímos sobre la cama abrazados, entrelazando nuestros cuerpos como si de una estatua de Rodin se tratase. Apresé los filos de su pantalón con los dedos de mis pies y se los bajé hasta desprenderme de ellos. Castiel sonreía entre beso y beso ante mi ansia, él mismo se sacó la ropa interior pocos segundos después.

Nuestras pieles se enfrentaban desnudas acariciándose mutuamente, intercambiando el calor, el olor, todo. La vergüenza, el pudor, el miedo. Era como si todo hubiese sido reemplazado por el placer.  Mis manos se aferraban a su espalda sin dejar que se separase de mí. Nuestros labios se fundían en uno sin cesar. Violento y a la vez gentil, así era Castiel, imposible de ser.
Sus manos bajaron por mi cintura hasta mis caderas, una de ellas se introdujo entre nuestros  y aprisionó mi dura erección.  Mi espalda se arqueaba instintivamente con sus caricias, mi voz dejaba escapar gemidos consumidos en el placer.

Pero no quería ser el único, no esta vez. 

Con fuerza, empujé su cuerpo hacia atrás obligándole a sentarse y me quedé a horcajadas sobre él. Castiel parecía sorprendido, pero más allá de su sorpresa estaban sus ganas de tenerme. Cada movimiento que yo hacía no era más que una provocación más.
Acaricié su entrepierna causando que pequeños gemidos roncos saliesen de su garganta, se mordió el labio y sonrió abiertamente. Se relamió el labio inferior, sus ojos me atravesaban con la mirada y sus manos… sus manos volvieron al ataque con más ansia que antes.

Levantó mis caderas dejándome de rodillas frente a él. Mientras sus labios se deleitaban por la sudorosa piel de mi vientre, una de sus manos se aventuró en mi trasero, introduciendo los dedos lentamente en él.
Apenas tenía fuerzas para mantenerme, mi cuerpo comenzaba a flaquear. Finalmente acabé tendido sobre  Castiel quien aprovechando el momento, mordisqueó mi cuello innumerables veces.

Lanzó mi cuerpo sobre el colchón y aprisionó mis manos, aunque yo, ya no tenía fuerzas para resistirme.
Con su legua recorrió todo mi cuerpo desde mi cuello hasta mis ingles. Era como si en mitad del polo norte cayese una gota de agua hirviendo.  Cerré instintivamente las piernas a causa de la vergüenza pero él volvió a abrírmelas disfrutando de la vista que obtenía.

-No me censures la vista  - murmuró con esa mirada suya pervertida que tanto me gustaba – Quiero comerte con los ojos antes que con la p…

Antes de que terminase le di una ligera patada en el estómago. Aunque digamos que salí perdiendo, él no hacía más que reírse de una forma tan sensual que cada vez yo perdía más mi auto control. Además, aprovechó el golpe para capturar mi pierna. La puso sobre su hombro y comenzó a besarla lentamente mientras yo me revolvía impaciente.
Se inclinó sobre mí y dejó su rostro frente al mío. Intenté besarlo algunas veces pero evitó mis labios maliciosamente haciendo que me desesperase aún más.

-¿Estás listo? – preguntó desviando su mirada a nuestras entrepiernas.  Cerré los ojos un instantes, al volver a abrirlos Castiel estaba observándome de nuevo, sin perderse uno solo de mis gestos. Presionó su cadera contra la mía haciendo que nuestras erecciones chocasen. Me mordí el labio con nerviosismo, me tenía apresado bajo sus músculos, sin dejar que me moviese.

Bajo su rostro hasta dejarlo a la altura de mi cuello y lo mordió vorazmente. Hundí mi rostro en la almohada, intenté librarme de sus violentos dientes pero no pude. Quizás porque en el fondo no quería detenerlo.
Tras sus dientes llegaron sus fascinantes labios, allí donde se había jactado anteriormente, comenzaría a besarme mientras su pelo caería por mi cuello haciéndome cosquillas. Fue tan agradable como  fugaz…

Se separó un poco de mí liberando por fin mi cuerpo de su abrasante calor. Dejé mi cabeza reposar en la almohada mientras observaba lo que hacía. Sin abandonar la cama ni quitarse totalmente de encima de mí, se aproximó a la mesilla con dificultad, la cama era de matrimonio, y abrió uno de los cajones.
Seguramente sonaré algo ignorante, pero realmente no sabía todos los pasos que tenían que seguir dos hombres al hacerlo. Pasos que me sorprendió que supiese Castiel, ¿Acaso había estado con un chico antes?

-¿Quién te ha dicho que podías distraerte? – sus palabras me sacaron de mi estúpida batida de celos inventados. Una vez más sus ojos estaban frente a los míos expectantes de deleitarse con cada una de mis reacciones. Mis ojos divagaron un poco por la habitación y reparé en el pequeño envoltorio que reposaba en la mesilla.
¿Cuándo diantres se había puesto el condón?

Un ligero quejido se escapó de mis labios cuando algo frío comenzó a resbalar por mis nalgas. Pero eso pronto cambiaría, Castiel volvió a ultrajar mi entrada con sus dedos, preparándola poco a poco. Mientras, yo no podía hacer más que soltar pequeños jadeos ansiosos.
De improvisto, tomó mis piernas sobre sus hombros y se situó sobre mí. Su dura erección rozaba mi entrada, me agité inquieto. Mi respiración se entrecortaba, estaba en el límite.

-Sujétate a mí – me susurró al oído. Acto seguido envolví su cuello con mis brazos agarrándome fuertemente a su espalda.

Dolor, placer, desesperación, ansia… todo sería insuficiente para describir lo que sentí cuando su miembro comenzó a introducirse en mí. Un grito ahogado escapó de mi garganta, mis manos arañaban su espalda exasperadas y mis pies se encogían en el aire sin poder agarrarse a nada. Así hasta que finalmente quedó todo dentro.

Se detuvo, tan solo unos segundos pero al menos pude recobrar el aliento. Se sentía tan extraño, era doloroso  sí, pero no quería que acabase. Mis caderas parecían moverse por sí solas inquietas y deseosas por sentirlo.
De repente una enigmática sonrisa se dibujó en el rostro de mi pelirrojo, besó mis labios violentamente asfixiándome para poco después comenzar a embestirme.
Era incapaz de seguir su ritmo, podía notar como entraba y salía de mí a un compás perfecto y melodioso.  Sus labios entrecerrados pronunciaban pequeños gemidos roncos, su piel brillaba, hermosa, a causa de las pequeñas gotas de sudor que resbalaban por ella.

Parecía el mismísimo fuego que me envolvía con sus brazos, todo el frío que había sentido, la helada lluvia que precipitaba, todo se había fundido en un mar de llamas.
El placer recorría mi cuerpo por dentro, nos unía a ambos, fundiéndonos como si fuésemos uno. Continuó penetrándome sin aminorar el ritmo, de hecho, lo aumento. Aún así estaba teniendo cuidado de no hacerme demasiado daño.
No sabría decir cuántas, ni cuánto tiempo seguimos así. Pero estábamos llegando al límite, cada vez clavaba más mis uñas en su espalda hasta que sentí su última estocada, más profunda, más cálida. La última.

Nuestros cuerpos cayeron entrelazados sobre el colchón, sudoros, pegajosos y agotados.
Castiel se quitó de encima de mí y se situó a mi lado abrazándome. Me retiró los mechones de la cara, estaba empapado en sudor pero apenas era consciente. Me costaba mantener mis ojos abiertos. Lo último que recuerdo es que me besó en los labios, lo demás está todo en negro.

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Desperté como era lógico, bastante dolorido. Me llevé la mano a mi cadera intentando estirarme pero no parecía mejorar demasiado.
Miré a mi alrededor aturdido, la única luz que había en la habitación era la que entraba por la ventana de una farola, aún era de noche.  No sabía qué hora era, ni siquiera recordaba cuando me había quedado dormido. Cuando me di cuenta las sábanas estaban cubriendo mi cuerpo. Nosotros no habíamos llegado a destapar la cama así que debió hacerlo Castiel mientras dormía. ¿Cómo podía hacer tantas cosas sin que yo me diese cuenta?

Me levanté de la cama enrollando las sábanas a mí alrededor y salí de la habitación.
“Joder, la cadera…. Parezco un abuelo de ochenta años.” Pensé mientras recorría el pasillo que se me hizo más largo de lo normal.

Finalmente llegué al salón después de aquel tortuoso camino, por supuesto y como frecuentaba hacer muchas veces, me acordé de las castas de Castiel. Mil veces.
Y hablando del rey de Roma, el señorito se encontraba tumbado de lado en el sofá jugueteando con pequeño plumero que acercaba y alejaba del pequeño gatito como le convenía. El pobre animal se caía cada vez que intentaba alcanzar el juguete, volviéndose a levantar para caerse de nuevo.

-No sabía que te gustasen los gatos…. Otra vez – me quedé en el marco de la puerta apoyado, observando la escena, o más bien, observándolo a él.
-Se podría decir que me han vuelto a gustar – dejó el plumero en el sofá y por fin el minino pudo alcanzarlo y morderlo a gusto. El pelirrojo se giró para verme y torció el rostro extrañado. - ¿Preparando el disfraz de griego?
-No iba a venir desnudo. – le eché en cara dado que él sí que estaba vestido. Bueno, los pantalones de pijama solo pero ya era algo.
-Podías haberlo hecho, pero demasiado estrecho – al principio traté su comentario como uno más hasta que caí en la cuenta del doble sentido de aquellas palabras.

Me enrojecí hasta los cimientos cuando supe a que se refería, “Será….” Tomé uno de los cojines del sofá y se lo lancé a la cara. Lo cogió al vuelo y empezó a descojonarse de mí.
Abochornado y furioso me di la vuelta con intención de irme pero (como no) se me enredó la sábana entre los pies y acabé en el suelo de espaldas inmovilizado por la dichosa tela que se había enrollado a mi alrededor. Parecía un rollito de primavera…

-¡Joder! Mi cadera… - me lamenté mientras intentaba soltarme, por supuesto Castiel se estaba descojonando, ahora más escandalosamente que antes. - ¡Ayúdame! ¿No?

Pero lamentablemente quien acudió a mis gritos no fue el pelirrojo sino su querido perro, Demonio, que se dedicó a chupetearme la cara ante mi imposibilidad de defenderme. Terminé girando sobre mi mismo hasta convertirme en una croqueta y me quedé boca abajo, al menos así no podía llenarme de babas.
Tras unos instantes, el señorito “estoy muy ocupado riéndome” se levantó finalmente del sofá y me cogió como si fuese un saco de patatas. Se fue de nuevo a sentarse pero esta vez conmigo entre sus piernas. Dejé caer mi espalda sobre su torso y sacudí la cabeza haciendo que cayesen las telas que tenía por la cara.

-Venga, no te enfades – dijo espachurrándome entre sus brazos.
-Déjame, estoy lleno de babas, me siento pegajoso – puse cara de asco y me acurruqué. En serio, no aguantaba las leguas de los perros.
-Ya estabas pegajoso de antes – de nuevo su “agradable” risa regresó, ahora más cerca de mi oído – cuando puedas andar bien, nos vamos a la ducha. ¿O prefieres que te lave yo?
-Castiel, en cuanto me libre de las sábanas te vas a enterar – me revolví intentando liberarme pero me agarró con más fuerza sin dejar que me soltase.
-Venga relájate ¿Porqué no te duermes? No son ni las cuatro y mañana es sábado, bueno hoy – hizo una pausa y me obligó a tumbarme un poco, lo justo para que mi rostro quedase bajo el suyo. – pensé que te habías dormido, pero parece que solo duermes profundamente cuando estoy cerca. Cada vez que intentaba alejarme de la cama empezabas a moverte inquieto.

Eso sí que era extraño, siempre me era muy complicado conciliar el sueño. Y aunque lo hiciese, nunca llegaba a descansar plenamente. ¿Por qué con él me dormía tan fácilmente?
Me agazapé en el sofá pensativo. Cuando estuvimos en el hotel…. El día que se coló en mi cuarto… hoy…. Solo consigo dormir bien cuando él está cerca, solo con él. No sabía si enfadarme, alegrarme o que hacer.

-Si te quedases aquí – me susurró al oído – si vivieses conmigo no tendrías más problemas con eso. Podrías descansar.

Sus labios se separaron de mi oído y se dirigieron a mi cuello. Dulcemente rozaron mi piel, besándola, acariciándola. Todo parecía tan perfecto. ¿Vivir con él? Casi sonaba posible.


domingo, 9 de septiembre de 2012

Capítulo 12 ~Cuando todo se tuerce~

Bueno chicas que os puedo decir....  aquí viene un cap con un poco de drama!! ;o; Ainsh.... que penita me ha dado ;__; estar mala me ha afectado.... y la música depre también....
Pero bueno, ahora algo que seguro os interesa....¡El siguiente cap será MUY HOT! Ya me entendeis... ¬//////¬ ... por el camino que lleva, me parece que solo lo podré poner aquí xD

En fin, aquí os dejo el cap >/////< que lo disfruten!!! *-*

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Me quedé paralizado al oír aquel maullido lastimado que provenía algún lugar de la calle. No era capaz de indicar de donde venía, la lluvia cada vez era más fuerte, como si no quisiese que lo encontrase. Pero, nada iba a detenerme. Unas meras gotas de agua no iban a impedirme que ayudara a aquel pequeño ser que gritaba por ayuda desesperadamente, aferrándose a la vida hasta el último momento.

Di varias vueltas por el lugar, sin demasiado éxito. ¿Cómo lo iba a tener si el sonido procedía de unos contenedores? Jamás lo hubiese pensado y mucho menos que viniese del interior.
Abrí la tapa con dificultad debido al agua que se había acumulado sobre ella y revisé el interior, esperando ver algo. No había nada, al menos exteriormente. Pero, de repente, una de las bolsas se movió. Al principio he de admitir que me dio un poco de temor, pero pronto millones de atrocidades atravesaron mi mente, haciendo que mi miedo fuese por algo muy distinto. Algo que, desgraciadamente, fue cierto.
No podría describir el horror que vi cuando abrí la bolsa, tuve unas ganas de vomitar espantosas. ¿Cómo podía haber gente que hiciese aquellas cosas? No, eso no son personas, son escoria que no merece la existencia y que debería estar muerta.
Tragué saliva varias veces antes de volver a mirar. Aún tenía que sacar a aquella pequeña criatura de esa pila de cadáveres en el que estaba encerrado y que, seguramente, serían sus hermanos, cruelmente asesinados.

Cuando cogí al pequeño minino en mis manos apenas ocupaba medio palmo. Era un recién nacido, tenía los ojos cerrados y el poco pelo que lo cubría manchado de sangre.
Cerré aquel dichoso contenedor y salí corriendo al instituto. Lo primero era calentarlo y darle algo de comer. Como seguía siendo temprano pude moverme por el instituto con libertad sin ser visto. Entré en la sala de delegados y acurruqué al gatito en mi chaquetón para calentarlo.

-¿Nathaniel, estás aquí? – Cerré los ojos con resignación cuando la puerta comenzó a abrirse. Me giré lentamente con el abrigo entre los brazos y me encontré a Melody de frente, que recién acababa de entrar. – Oh dios, Nathaniel, ¿qué te ha pasado? ¿A qué hueles?¿¡Y que es esa sangre!? – su rostro estaba desencajado, estaba nerviosa, sin saber muy bien qué hacer.
-Melody, tranquila, escúchame. La sangre no es mía, estoy perfectamente. – comencé a decir, ya solo me quedaba confiar en ella. Destapé lo que llevaba entre mis brazos, permitiéndole ver a aquella pequeña bola de pelo negra que titiritaba por el frío. – Necesito tu ayuda. Seguramente no tenga ni dos días, si no hago algo morirá.
El rostro de la castaña seguía anonadado, sin decir palabra alguna. Empecé a temerme lo peor, pero quise esperar. Tenía cierta esperanza en ella.

-¿De dónde ha salido? – preguntó con un nudo en la garganta.
-Estaba en una bolsa de basura en los contenedores de ahí al lado. El resto estaban muertos. Solo sobrevivió este. – volví a cubrirlo con el abrigo. Miré a Melody a los ojos, esperando algún tipo de resolución por su parte. Finalmente su rostro se relajó, respiró hondo y me devolvió la mirada con una de sus habituales sonrisas.
-¿Qué puedo hacer? – una ola de alegría me inundó el cuerpo cuando escuché aquellas palabras. No podría hacerlo solo.
-Si no es mucha molestia, necesito que vayas a la tienda de animales que está en la calle paralela a la escuela. Los gatos a esta edad no pueden tomar leche cualquiera.

Le di el resto de las instrucciones a Melody, indicándole que necesitaba, mientras yo me sentaba junto a la estufa para poder retener la mayor cantidad de calor posible. Al cabo de un rato el gatito parecía que se había dormido, ya que no temblaba y respiraba sin dificultad.
Mi compañera volvió antes de lo que me esperaba; seguramente habría ido corriendo. Tuvimos que entrar en la sala de profesores para calentar la leche, aunque, a aquellas horas, los profesores no estaban por ahí. O al menos eso pensaba yo.
Quién me iba a decir que el profesor Farrés llegaría temprano por primera vez en su vida y que encima, entraría a la sala de profesores porque se había dejado todas sus cosas allí. Nada más entrar cerró la puerta rápidamente tras de sí. Se quedó un rato mirándome. Bueno, más bien mirando lo que tenía entre mis brazos. El profesor se frotó la frente con la mano, algo estresado. No era mala persona, pero aquello lo ponía en un compromiso demasiado peligroso para él. Me pareció lo más correcto contárselo, después de todo, Nacu confiaba mucho en él. Y ella no es alguien que se junte con cualquiera.

-Chicos, os entiendo, pero el gato no puede quedarse aquí. Por hoy lo mantendremos en secreto, pero solo hoy. – intervino Farrés en algún momento de la conversación. – Me gustaría ayudaros más, en serio, pero ni siquiera puedo llevármelo a mi casa. Tengo un perro y no creo que sea buena idea. – me sentí un poco mal al ver a aquel hombre tan excesivamente preocupado. Por un lado sentía lastima por el minino, pero también temía por nosotros.
-No se preocupe. Yo me encargaré de él. Gracias por ayudarnos, de verdad – respondí, dejándolo más tranquilo.
Justo después, fui a cambiarme la ropa y tuve que ponerme el chándal de deporte. Entre Melody y yo nos turnamos para vigilar al gato entre los intercambios. Gracias a eso y a las típicas excusas de “ir a por unos papeles” que solo nosotros nos podíamos permitir, pudimos vigilarlo sin problemas.

Al terminar las clases ambos nos reunimos. Estábamos a punto de entrar en la sala de delegados cuando alguien nos detuvo con un escandaloso grito. Nunca pensé que después del maravilloso tiempo que pasamos juntos tendría tan pocas ganas de ver a Castiel. No me malinterpretéis, pero bastantes líos se busca ya solito como para que yo lo metiese en más.
-¡Hey! Nath, ¿se puede saber dónde te metes? – inquirió el pelirrojo bastante alterado. La presencia de Melody cerca mío no era de su agrado en absoluto.
-He estado ocupado, Castiel. Lo siento - le respondí intentando mostrarme calmado. Pero él, por el contrario, cada vez se veía más irritado, y yo con los nervios desatados en mis adentros.
-¿Te vas a quedar mucho? – Preguntó, dedicándole una mirada de desprecio a Melody - ¿Tanto deseas tenerlo a solas contigo en una habitación? ¿Tan desesp…
-¡CASTIEL! – le interrumpí, tajante – Es suficiente. Iré contigo – me giré un momento hacia mi compañera, que estaba roja de ira y le hice un gesto para que entrase sin mí. Había cosas más importantes de las que ocuparse.


Nos paramos en los pies de las escaleras a hablar, puesto que el “señorito” no quería estar cerca del pasillo ni de las aulas. Ciertamente no entendía porque estaba tan enfadado, no podía ser tan celoso, ¿no?
-¿Qué cojones te pasa esta mañana? Te he buscado mil veces y parece que te esfumas. Parecía Nacu y a Sunset, yendo de un lado para otro sin encontrar a nadie. – comenzó a decir mientras me estudiaba con la mirada.
-Hoy ha sido un día ajetreado – me senté en los escalones, dejando caer mi cabeza sobre la barandilla. Aún tenía que pensar qué hacer con el gato.
-Oye, Nath – Castiel se sentó junto a mí, acercando sus labios a mi oído. - ¿Qué te ocurre?
Su voz era un agradable susurro en mi oído, una sinfonía que me hacía recordar aquellos momentos en los que estábamos juntos, solos, sin nadie que nos molestase. Sin problemas por los que preocuparse.
-Vaya, pareja, si sois tan poco cuidadosos os descubrirán – ambos levantamos rápidamente las cabezas cuando oímos a alguien unos escalones más arriba. Nacu bajaba lentamente, con Sunset al lado y Lysandro un poco más atrás. - ¿Qué tal pasasteis la noche?
No era posible... ¿O sí? ¿Cómo podía enterarse de todo en tan poco tiempo? Era imposible. Pero Nacu no parecía conocer esa palabra. Una maliciosa sonrisa se dibujó en su rostro, aunque a mí me pareció de lo más tétrica.
-Sois un par de. … - Castiel estaba rojo, pero no solo de vergüenza. Estaba enfadado. -¿Y tú qué, Lysandro? ¿Acaso te parece normal?
-Deberías relajarte, no es lo que parece – el albino sonaba, como era habitual, calmado.
-Lo único que sé es que me estáis tocando ya los cojones. ¿Cómo te sentaría a ti que fuese a tu casa a ver como estás con…
-¡Castiel! Primero, no pagues tu enfado con nosotros. Segundo, sabes más que de sobra que mi situación no es comparable a la tuya y, tercero, siempre eres bienvenido en mi casa. No recuerdo ni una sola vez que no te haya recibido. – Lysandro enfadado. Si no lo hubiese visto, jamás lo hubiese creído. Sus ojos centelleaban cuando miraban al pelirrojo, pero se veían afligidos, como si le doliese al mismo lo que estaba diciendo. Se marchó nada más terminar, dejando a su amigo sentado, atónito. Al igual que yo.
-Serás capullo, ya me lo has enfadado – Perfecto, ahora Nacu también estaba enfadada. ¿Podía pasar algo más? – Sí, Castiel te vigilo, te observo. A ambos, pero ¿sabes? Si no lo hiciese – hizo un pausa, se acercó al pelirrojo y le hincó la mano en el costado – igual ahora estarías muerto.
Y se marchó tras el albino, sin mirar atrás. ¿Qué carajo estaba pasando hoy? Maldito día, desde luego, ninguna me iba a salir bien.
-Joder, ahora la que los tiene que aguantar soy yo, ¿sabéis? – Sunset miraba despreocupada como su amiga se marchaba, perdiéndose en la lejanía del pasillo. Giró el rostro hacioa nosotros, dedicándonos una de sus picaras sonrisas –“Te amo”¿En serio, Castiel? Has caído como tsundere para mí, que lo sepas.

Poco o nada pasó después. Me despedí del pelirrojo, diciéndole que hablaríamos en otro momento. No estaba el ambiente para empeorarlo más. Volví a la sala de delegados, donde estaba Melody esperando con el pequeño gatito.

Problemas.

Mi cabeza comenzaba a dar vueltas, me senté con cuidado en una silla y traté de relajarme. Iba a tener que hacer lo que más temía. Antes de irme me tomé cinco tazas de café; necesitaba todas mis neuronas activas para lo que estaba por venir.


Por fortuna, había escampado un poco cuando tuve que volver a casa. En cuanto entré volvió a diluviar sin intención alguna de detenerse.
Me escabullí con cuidado por el pasillo y subí las escaleras con los zapatos en las manos para no hacer ruido. Tener al gato allí era una locura, lo sabía, pero no tenía más remedio.
Abrí uno de los cajones de ropa y lo alojé dentro. Por el momento estaba dormido, y con lo pequeño que era no creía que fuese a hacer mucho ruido.
Lo primero que tenía que hacer era limpiarme y quitarme la ropa. Si dejaba un solo pelo de gato cerca de mi madre le entraría una reacción inmediata. Justo cuando terminé de cambiarme, me llamaron para la cena. Tenía que bajar sí o sí, no como mi hermana, que podía bajar una hora después y no pasaba nada. Realmente me había acostumbrado a ello, pero cada vez que lo pensaba no podía evitar sentirme como una mierda.
Bajé corriendo las escaleras y llegué a tiempo para poder prepararme la mía individualmente. Dije que no me sentía muy bien y me tomé un sándwich con queso. Devoré la comida en dos segundos con tal de poder salir para ir a mi habitación. Todo iba sobre ruedas, ni un ruido, ni una sospecha, todo perfecto si no fuese porque ella existía.
Un estrepitoso grito sonó desde la planta de arriba. Mi hermana, como no, la estaba liando.
Empezaron a temblarme las piernas. “No, no puede ser…” me repetía una y otra vez para mis adentros. “Todo menos eso”. Corrí escaleras arriba, adelantando a mis padres en el camino. Pero al llegar arriba me paralicé, el miedo me recorría, me acerqué con cautela a mi dormitorio…. La puerta estaba abierta.

-¡Una rata! ¡Es una maldita rata! ¡Papa, mátala! – el estúpido ser que tenía por “hermana” salió histérica de MI cuarto, chillando como si estuviésemos a tres kilómetros.
-¡NO! – matarlo… Me acordé de la bolsa, de todas aquellas criaturas masacradas como si fuesen insectos. Algo tan horrible no podía ser humano.
-¿Qué significa esto, Nathaniel? – la voz de mi padre sonaba amenazadora, furiosa. Cada vez que me hablaba sentía como si el mismísimo Zeus estuviese reprendiéndome.
-N-No… – agaché la cabeza, avergonzado. No podía mirarlo, nunca había podido – No es una rata… Es un gato…
-¿Un gato? – Mi madre se pegó a la pared, tapándose la nariz y la boca con las manos – Soy alérgica, hijo. ¿Cómo se te ocurre?
-No lo hice a posta, estaba en un contenedor casi muerto, no podía dejarlo ahí. Pensaba buscarle casa mañana, de verdad. – miré a mi madre, arrepentido. Si podía convencer a alguien era a ella, aunque fuese difícil.
-No me importan tus escusas. Esta es mi casa, y te atendrás a las normas que se rigen en ella. Quiero ese bicho fuera de aquí o yo mismo me encargaré de él – No daba crédito a lo que estaba oyendo, sabía que mi padre era capaz de muchas cosas, pero de eso era demasiado. El temor se apoderó de mi cuerpo; no podía quitarme la jodida imagen de los contenedores de la cabeza. Me entraron nauseas de nuevo, empezaba a marearme…
-Pero… - dije nervioso.
-Espero que no te estés atreviendo a cuestionarme, no tienes palabra en el asunto. Líbrate de eso. - ¿Librarme? ¿Así de fácil? ¿Como si fuese un juguete viejo? Claro, para él era fácil, si hubiese podido se habría “librado” de mí hacía tiempo. Si por él hubiese sido, yo no hubiese nacido.

Me cansé, no podía más.

-No….- levanté los ojos del suelo con decisión y miré a mi padre a los ojos. No esperaba nada por su parte, pero al menos le iba a demostrar que no iba a seguir siendo una marioneta en aquella casa de sonrisas falsas - No me voy a separar de él, morirá.
-Puedes irte con él entonces, no quiero un hijo que no es capaz de hacer nada bien. – Frío como el hielo, calculador, así era mi padre. Considerar los sentimientos de los demás nunca era algo que tuviese en cuenta. Él siempre debía estar por encima de los demás para poder pisotearlos.
-Si tanto lo deseas, no es necesario que vuelvas a verme. – jamás lo había desafiado, jamás le había llevado la contra. Siempre había temido lo que pudiese hacerme, pero estaba tan ciego, yo era el único que podía remediar la situación. Si no me quería como hijo, no iba a darle el suplicio de tener que aguantarme más.
Mi padre no me miró cuando pasé por delante de él con el gato entre mis brazos, no intentó detenerme cuando salí de la casa corriendo. Después de todo, no había perdido nada realmente valioso para él.


La lluvia chocaba con violencia contra el suelo. Fui con cuidado de no caer, pero tenía que darme prisa si no quería que el gatito muriese de una hipotermia. Inconscientemente, recorrí un camino en concreto, un camino que sería mi única salida.
No tenía a nadie a quien acudir, solo él estaría esperando por mí. Solo él se ha preocupado por mí desde siempre. Me paré frente al portal y me sequé las lágrimas que se camuflaban con la lluvia. Dudé unos instantes, no quería involucrarlo ni causarle problemas. Pero quería verlo, abrazarlo. Lo necesitaba.

Llamé al telefonillo y aguardé.
-¿Si? – preguntó adormilado.
-Castiel, soy Nath. ¿Puedo pasar?

domingo, 2 de septiembre de 2012

Capítulo 11 ~"Gracias lluvia"~

Y aquí va el segundo : D
No sé que deciros .__. xDDD Me ha salido empalagosete y sersi *¬* argadsghfdjasdfh!! me molan estos caps... pero tengo una ganas de "subir el tono" ¬//////////¬

En fin, aquí os lo dejo : D

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“Te amo.”

A ver, ¿qué se supone que hay que hacer cuando te dicen eso? O mejor, ¿qué se supone que hay que hacer cuando el mayor pervertido del mundo te dice eso?
No me podía creer que aquellas palabras pudiesen salir de la boca de Castiel, y mucho menos dirigidas a mí. Lo peor es que no le había respondido nada. NADA. Me había quedado quieto como un imbécil.
Cuando volví en mí estaba solo en mitad de la calle, al borde de la hipotermia.

Entré en casa tras haberme peleado con la cerradura, que no se dignaba a coincidir con la llave. Es lo que tiene tener quince llaves y estar con la mente en otra cosa. Extrañamente, mis padres no estaban. Le pregunté a mi hermana pero, para variar, no se había enterado de nada. Ahí estaba, tumbada en el sofá y ejercitando sus neuronas con los programas del corazón. Qué desgracia humana, por favor.
Mi casa no es que fuese una mansión, pero tampoco era pequeña. Contaba con dos plantas y una azotea. Los dormitorios estaban arriba, junto al baño; abajo el aseo y el resto de las salas junto a un pequeño patio trasero.
Nos mudamos hará… No sabría decir cuánto exactamente, pero fue hace ya muchos años.
En el reparto de habitaciones a mí me había tocado la más pequeña. Según mis padres: “una chica necesita más espacio”. En fin, yo llevaba años dudando si mi hermana era una chica o un mono camuflado.
Suspiré, agotado. Qué ganas tenía de tomarme un café. Si no hubiese sido tan tarde me lo hubiese preparado pero, claro, a esas horas lo único que conseguiría sería una noche en vela.
Cerré la puerta de mi habitación y me apoyé en ella para descansar un poco. Solo tenía que enjuagarme la cara, ponerme el pijama y el día de mañana llegaría rápido….

-Tu hermana parece entrenarse cada día para ser más repelente; – dijo Castiel, tumbado en MI cama, con los brazos sobre la cabeza – debe ser esas cosas que se hecha en el pelo, seguro que le queman el cerebro.
-¡Qué carajo…! – me tapé rápidamente la boca con la mano. Si no hubiese sido por la puerta, me hubiese estampado contra el suelo del susto. ¿¡Qué coño hacía aquí!? No, no… ¿¡Cómo coño había LLEGADO ahí!?

En serio, casi me da un ataque al corazón, mi pulso se aceleró increíblemente. Acabé sentándome en el suelo para recuperar el aire. “Este chico va a acabar matándome”.

-Nath, no grites. Se que te excita verme en tu cama, pero debes controlarte. Tu hermana está abajo – “Yo lo mato”. Será posible, encima se me ponía chulo. Me acerqué a él y le aporreé con la bandolera de nuevo.
- ¿¡Se puede saber qué cojones haces aquí!? – le espeté, susurrando para no hacer mucho ruido.
- Te echaba de menos, mi amor, ven, durmamos abrazaditos. Quítate la ropa. – dijo con voz peligrosa mientras me tendía su mano.
- Y un cuerno, lárgate de aquí antes de que te pillen – traté de levantarlo de la cama y echarlo, pero nada; una puta morsa era. Joder, con lo delgado que estaba y lo que pesaba el tío. Bueno, tampoco estaba tan delgado. Yo lo estaba más, pero vamos, que él no estaba nada gordo.
-¡Qué malaje! Encima de que me he destrozado las manos para escalar el muro de tu casa – desvió la mirada, molesto, supongo que para hacerme sentir culpable. Ciertamente, sus manos estaban fatal, llenas de arañazos por todas partes…

“La guitarra…”

-¡Serás gilipollas! ¿Cómo se supone que vas a tocar con las manos así? – lo zarandeé varias veces para ver si así despertaba esas neuronas dormidas que tenía. - ¡Espera aquí!
Salí de la habitación dando un portazo y bajé las escaleras para llegar a la salita donde guardábamos todas las cosas de primeros auxilios. Ahora tenía al pelirrojo pervertido encima de mi cama a “escondidas”, sin saber cómo echarlo. No podía hacer que saltase desde la ventana, y la puerta principal quedaba totalmente descartada con mi hermana en el salón, viendo la mierda esa de la prensa rosa.

-¿Qué coño estás haciendo? – pregunté nada más entrar y ver a Castiel revolviendo TODA mi habitación.
-Estaba cotilleando un poco a ver si encontraba cosas guarras, pero nada… - respondió mientras levantaba el colchón de mi cama. – Solo he encontrado un libro de gatitos y una enciclopedia de los cafés del mundo.
-¡Dame eso! – le arrebaté los libros de las manos, totalmente sonrojado, y los guardé en un cajón de mi escritorio. Él, por supuesto, se estaba descojonando.
- Deja ya de destruir mi habitación y siéntate en la cama – le ordené, lamentándome por no haberlo tirado por la ventana. En serio, mi habitación estaba que daba pena.
-¿No prefieres que me tumbe?
-¡Castiel! – grité, tapándome rápidamente la boca. Como siguiese así me iban a descubrir.

Lo empujé sobre la colcha y le tomé las manos para curárselas. Afortunadamente, sólo eran meros arañazos, nada serio.
-No me vendes las manos enteras – dijo, posando sus dedos descubiertos sobre mi rostro – Sino no podré sentirte.
Sus labios se sentían cálidos, suaves... No, en realidad eran rugosos y entrecortados, pero para mí era como rozar terciopelo. Al terminar dejé mi rostro cerca del suyo; quería sentir su aliento, volver a besarlo. Y por primera vez fue él el que me alejo.
-Si me sigues provocando así no podré controlarme, gatito - susurró con dulzura. Tenía razón, ya era bastante peligroso tenerlo allí, como para que encima nos pasásemos.
Esperad… ¿Gatito? ¿A qué cojones venía eso?
-No me mires con esa cara, te pega mucho ese mote. ¿No te has dado cuenta? Cada vez que te enganchas de mí me arañas la espalda. – se dio la vuelta, levantándose la camiseta, y pude ver unas pequeñas marcas rojas de uñas en su espalda – Menos mal que no tienes las uñas largas.

Mi cara fue cambiando de color progresivamente hasta acabar roja como un tomate. ¿¡Yo le había hecho eso!? No me había dado cuenta.
-Lo siento – bajé la mirada, arrepentido, maldiciendo mis dedos por hacerle daño. Por suerte, a él el tema parecía no importarle, e incluso le hacía gracia.
-Te perdonaré… - empezó a decir – Si me dejas pasar la noche contigo. – me agarró por la cintura y se tumbó en la cama, conmigo encima. Nuestros rostros quedaron tan solo a unos centímetros de distancia.
-Pensaba dejarte aquí. – le confesé, señalando a la ventana – Está lloviendo de nuevo y no parece que vaya a parar. Además, mis padres de seguro volverán tarde y cuando lo hagan no se van a pasar a darme las buenas noches. Nunca lo hacen. – mi voz no sonaba triste ni afligida, más bien monótona. Ya estaba acostumbrado, después de todo era lo menos grave que ocurría en mi casa.
-Si vivieras conmigo, lo haría todas las noches – me abrazó con más fuerza, obligando a mi cuerpo a caer totalmente sobre él. Sus labios se deslizaron por mi cuello, rozándolo hasta llegar a mi oído. – Podría tenerte todas las noches entre mis brazos…
-Qué raro estas hoy, Castiel, más empalagoso que de costumbre – respondí, encogiendo el cuello de las cosquillas que me hacía con su pelo.
-Aprovéchate, no me durará mucho. Además, no me has dejado terminar, lo de tenerte entre mis brazos TODAS LAS NOCHES va con segundas.

Me levanté dándole un pequeño codazo en el estómago y me dirigí a mi armario. Como ya había dicho, mi habitación no era especialmente grande. Al entrar, a la izquierda estaba el escritorio, rodeado de estanterías plagadas de mis novelas policíacas. A la derecha, estaba el armario empotrado y, más adelante, la mesita de noche, justo antes de la cama que tenía totalmente pegada a la pared de la ventana. Todos mis muebles eran en tonos beiges, aunque no me gustaba lo más mínimo. Era un color demasiado insípido para mi gusto.

Cogí un par de pijamas y le ofrecí uno al pelirrojo. Lo rechazó, diciéndome que no le gustaba dormir con ropa, aunque al menos conseguí que conservase la ropa interior. Mientras me cambiaba, estuvo observando cada uno de mis movimientos. Hice como que no me afectaba, pero fallé cuando al quitarme los pantalones me tropecé y me di con la puerta del armario en la cara.
Cuando volví a la cama él ya se había alojado bajo las sábanas y estaba dando unas palmaditas sobre el colchón para que me metiese. Antes de hacerlo me aseguré de que mi hermana se hubiese acostado. Una vez escuché sus ronquidos (Sí, ronca MUCHO), apagué la luz, cerré la puerta y volví con mi pelirrojo.
Mi cama era individual, obviamente, así que aprovechó (bueno, aprovechamos) para dormir abrazados. Recuerdo que me quedé embobado viendo como su pelo brillaba a la luz de la luna, que asomaba por la ventana. Acaricié los mechones con suavidad, imaginándolos en mi mente negros.

-¿Porqué no te dejas el pelo de tu color? – pregunté a punto de cerrar los ojos.
-Hum... ¿Te gusta más negro, gatito? Me lo pensaré entonces – me acarició igualmente el cabello y acercó sus labios a mi frente. – Buenas noches.
Después de eso, por primera vez en mucho tiempo, dormí profundamente.

-¡Nathaniel! ¡Mamá me dijo que te tocaba preparar el desayuno! – Los gritos de mi hermana retumbaban como un huracán - ¡Nathaniel!
“Joder, maldita zorra, me va a gastar el nombre….”
De repente mi puerta se abrió de par en par y mi hermana apareció gritando para que me despertase.
-¡NO! ¡No entres! – pegué un brinco de la cama y cerré la puerta a híper-velocidad.
-¿¡Qué coño te pasa!? – chilló histérica - ¡Ábreme!
-¡No puedo! Eh…. ¡Estoy desnudo! – en principio se suponía que me lo había inventado, pero cuando bajé la vista comprobé que realmente no llevaba nada… “Bastardo”.
-¡Qué asco! ¡Me da igual, prepara el desayuno de una vez, que papá y mamá no están! – suspiré aliviado cuando escuché sus pasos alejarse. “Por qué poco…”

Regresé a la cama con intención de “matar” a alguien, pero cuando destapé el colchón solo encontré un montón de cojines apilados y una nota entre ellos.

Me fui después de que se fuesen tus padres (sí, volvieron). Cuando sonó tú despertador lo desconecté y te dejé durmiendo.
P.D.: Te he cogido un paraguas, aún está lloviendo. Y no seas masoca, poner el despertador dos horas antes de ir al instituto no puede ser sano. (Ni normal)”

Arrojé la hoja entre mis dedos acordándome de todos sus muertos. El susto que me había llevado con lo de mi hermana no había sido normal. Dejé de darle vueltas; la verdad es que había dormido de maravilla y no me habían pillado. ¿Cómo? No lo sé, era un milagro en verdad.
Gracias a la bromita de Castiel de “dejarme dormir” solo tuve tiempo de tomarme dos tazas de café. Le dejé a mi hermana un par de tostadas y salí corriendo de casa para llegar lo más pronto posible. Como había dicho Castiel; aún estaba lloviendo.
Me puse una gabardina semi-impermeable y cogí mi antiguo paraguas de gatitos…

Explicaré esto. Como ya sabéis, el pelirrojo se llevó un paraguas, que justamente era el mío azul marino. Así que solo me quedaba uno que tenía de cuando era chico… Uno de gatitos.
Intenté caminar lo más rápido posible durante el trayecto. A cambio, me comí dos o tres charcos. Estaba a punto de llegar. Acababa de cruzar la puerta del instituto cuando un débil sonido llamó mi atención. Sonaba lastimero y desesperado. Me giré hacia unos contenedores que había cerca y traté de oír mejor.

“¿Un maullido?”

Capítulo 10 ~Empecemos de nuevo~

Bueno, dije dos caps.... y aquí viene dos caps!!!!! *-*

Atención chicas; este cap es subidito, lo que os mola vaya xD *___________* Arrrgggg *¬* he disfrutado tanto escribiéndolo O////////O En fin..... ¬///////¬

P.D.: Como en el foro está censurado, "~" este signo indicará el comienzo y el final de la censura ; D

Os dejo la Gran Cita *-*


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Me llevé cerca de una hora frente al armario, sin saber que ponerme. ¿Qué era lo más adecuado para salir a tomar algo? Una y otra vez me lamenté por no haber salido casi nunca; mi vida parecía ir de la sala de delegados a mi casa y ya está. Hoy iba a ser distinto. Había quedado con Castiel para... ¿una cita? Supongo.
Estaba bastante nervioso; ahora que lo habíamos arreglado decidimos hacer las cosas bien. Bueno, lo decidí yo: le dije que quería ir poco a poco. No obstante ,él, como es como es, me pidió que saliésemos por la tarde a tomar algo, y no es que me importase. De hecho, estaba muy feliz , pero no me parecía un miércoles un día muy adecuado para salir.


Anduve de un lado para otro, removiendo toda la ropa que tenía. No quería ir muy formal con él, porque sabía que no le gustaría. Al final me decidí por unos vaqueros claros, una camiseta gris con una chaqueta negra y de hilo fino por encima de mangas cortas y unas botas bajas.
Llegué a mirarme al espejo como cinco veces antes de salir, y después quise golpearme en la cabeza contra él por neurótico. Recuerdo salir de mi casa a toda velocidad con mi MALETA en el hombro, aunque en realidad llegaba bastante temprano.
Para mi sorpresa, cuando llegué a la parada donde habíamos quedado Castiel ya estaba allí. Llevaba una camisa negra de media manga que le sobresalía de los pantalones, también negros pero no de cuero, y unas botas más arregladas que las que solía llevar habitualmente.
No pude evitar reírme, él había pensado lo mismo que yo. Aunque claro, a él esa ropa le sentaba estupendamente. Deseaba verlo así vestido todos los días.

-Vaya, creo que es la primera vez que has sido puntual en tu vida – saludé mientras me acercaba.
-Por lo general soy puntual, todo depende del interés que tenga – se giró al escuchar mi voz y me dedicó una (irresistible) sonrisa. – Te sienta muy bien esa ropa y, por lo que veo, sigues conservando esos bolsos.
No sabía si alegrarme por saber que estaba interesado en nuestra…. Cita (joder que cursi queda) o lanzarle mi BANDOLERA a la cara.
Suspiré. En realidad lo que quería hacer distaba mucho de esas cosas pero, eso, prefería guardármelo. Al menos de momento.


Cogimos un autobús para ir al centro y anduvimos por varias calles sin rumbo fijo, simplemente paseábamos. Entrelazamos nuestros dedos, cogiéndonos de la mano todo el camino. Me dio igual la gente, sus miradas o sus gestos. En aquel momento no existían para mí, solo existía Castiel. Eso era más que suficiente.
Llegamos a un inmenso parque, enteramente verde; de esos que parecen una pradera con los perros jugando y las parejitas de picnic.

Intentando alejarnos un poco de la gente (como no), nos tumbamos en el césped cerca de una pequeña laguna. Fue muy divertido ver como uno de los patos de por allí se acercaba sigilosamente a nosotros. Me di cuenta desde el principio, pero no dije nada.
Después descubría el malévolo plan que escondía estas “monadas” de aves. Resulta que un dichoso patito empezó a “comerse” el pelo de Castiel. No me reí más en mi vida.
Se levantó de un salto cuando notó algo picándole la oreja y se giró, extrañado. Claro que, cuando vio al ser que lo había atacado, su cara fue mil veces mejor. Una mezcla extraña entre ira, vergüenza y extrañeza. Lo mejor fue verlo correr detrás de los patos, que en cuanto se levantó iniciaron su huida, para poder cogerlos. “Putas bolas de plumas, ¡Como os pille os convierto en una almohada!” repetía mi pelirrojo en su inútil intento de captura.
Cuando volvió se tumbó de nuevo en el suelo, pero ahora todo acalorado y maldiciendo a cada segundo.
Yo, por mi parte, aproveché para sacarle fotos. Él siempre se estaba riendo de mí por culpa de las fotografías que me hacía. Ahora, era mi turno. De camino también le saqué algunas cuando se tumbó de nuevo junto a mí.(Cualquiera lo hubiese hecho)

-¿Ahora te interesa la fotografía, Nath? ¿O es que vas a utilizar esas fotos para tocarte mientras las miras? – hijo de la gran… Lo que más me preocupaba no era lo que me decía, sino como. Aunque tratase de tomármelo a broma, para él estaba claro que no lo era.
Lo fulminé con la mirada. A saber lo que hacía este hombre con mis fotos…
-No, y NO. Las utilizaré para chantajearte. Cada vez que necesites que firmes un justificante te amenazaré con venderle las fotos a Peggy – dije retándolo a un duelo verbal. Ya estaba viendo las noticias del instituto “¿Rockero antisocial persiguiendo patos? Y luego, ¿qué? ¿A Hello Kitty?”
- Sabes que eso no te servirá, yo no soy tan estirado para preocuparme por gilipolleces. No como tú – respondió ganando el duelo. En serio, noté que se me clavaba una puñalada en el pecho. Me había dado un Jaque Mate en toda regla.
-Además, – continuó - ¿acaso no sabes un método más productivo y placentero?
De repente se lanzó sobre mí, aplastando mi cuerpo bajo el suyo, inmovilizándome casi por completo.
-Castiel, ¡joder! ¡Quítate de encima! – traté de forcejear para echarlo a un lado, pero nada. ¡Parecía que tenía encima una puta morsa!
Empezó a reírse de mí en mi propia cara, (vamos, porque la tenía a dos centímetros de la mía) y cuando caí rendido al suelo, cansado de seguir intentándolo, fue cuando se levantó un poco para dejarme respirar. Aún así, seguía teniéndolo sobre mí.
-¿Qué pasa, Nath? ¿Prefieres estar arriba? – sus ojos… sus llamativos y cautivadores ojos volvían a poner esa mirada pervertida que tanto me gustaba.

Se relamió el labio inferior, desviando su vista por mi cuerpo. Su sonrisa era como un hechizo que me hacía querer acercarme, juntar mi labios con los suyos, entrelazar nuestras lenguas para no separarlas nunca.
Sin darme cuenta lo estaba haciendo, había caído en su encanto. Él había ganado, como siempre, hacía que me derritiese ante él.
Nos besamos, tendidos en el césped, durante un buen rato. Hubo gente que pasó por detrás, chicas que se nos quedaron mirando pero, para nosotros, en nuestro pequeño universo eran inexistentes.
Separó sus labios de los míos y continuó por mi cuello. ¿Por qué sus labios eran tan irresistibles? Parecía que me absorbían la fuerza con su tacto. Continuó bajando, pero se detuvo en el cuello de la camiseta. Hoy no llevaba camisa así que no podría abrírmela.
Claro que lo solucionó rápido. Posó sus manos sobre mi cintura y comenzó a subirme la prenda al mismo tiempo que jugueteaba por torso con su boca.

-Castiel… Estamos en un parque, estate quieto, imbécil – mis palabras sonaban tan hipócritas; le decía que se detuviese cuando mi cuerpo ya estaba palpitando, ansioso.
Y al igual que todas las otras veces, se dio cuenta.

Me revolví, inquieto, tratando de ocultarme el rostro como podía, muy avergonzado. Rápidamente tuve que cubrirme la boca cuando el señorito “me gusta hacerlo en público” empezó a presionar mi entrepierna, provocándome y haciendo que se me escapasen un par de gemidos.
Me levanté inmediatamente para detenerlo, pero de nuevo utilizó su cuerpo para inmovilizarme. Todo el calor que desprendía su piel parecía que se estaba traspasando al mío. Cuando intenté quejarme, evadió mis palabras con un besó que me dejó sin aire. Después de todo, yo no era el único que estaba ansioso por juntar nuestros cuerpos.
Alojó su mano entre ambos y avanzó dificultosamente hasta llegar a mis pantalones. Casi me da algo cuando me desabrochó el botón. ¿Qué diantres estaba pensando este tío?
Impulsándome con el suelo, traté de alejarlo de mí por segunda vez. Él, por supuesto, parecía estar disfrutando la escena. Supongo que ni aunque estuviésemos juntos se cansará de hacerme rabiar. Afortunadamente, el tiempo no quiso estar de su parte.
De un segundo a otro, una lluvia torrencial se precipitó sobre nosotros, dejándonos completamente empapados.

Salimos corriendo del parque y nos pusimos a cubierto bajo un porche de un centro comercial que estaba cerca. Menudo día. Hacía tan solo dos segundos brillaba un sol de esos para irte a la playa.
Me apoyé en una pared, avergonzado. ¿Qué estaba haciendo? Había estado a punto de liarme con ese mosquito teñido en mitad de un parque y, lo mejor: ahora tenía el calentón encima. Bueno, los dos lo teníamos.
Me sentía tan frustrado, tan enfadado, tan… confuso.
Castiel. en cambio. estaba como una rosa. Parecía que la lluvia lo había refrescado. Se acababa de recoger el cabello en una coleta, detrás. Mi némesis. Adoraba verlo así, se veía tan elegante y sensual.
(Joder, ahora parecía una adolescente con las hormonas revolucionadas.)

No nos dijimos nada; yo ni siquiera levanté la vista del suelo. Ante aquel incómodo silencio, me tomó por la cintura, (bien, más calor corporal) y me dirigió un cine que había en el mismo edificio. Compró un par de entradas de la primera película que vio aceptable y me arrastró con él a la sala.
Ver se podría decir que vimos poco. Yo estuve todo el comienzo con la mirada en el suelo y él no parecía interesado en absoluto.

A los quince minutos aproximadamente, posó su mano sobre la mía y se acercó a mi oído. “Ven, sígueme” me susurró. Casi me da un mal, no me fiaba de él, la verdad, pero tampoco quería quedarme allí.
Nos metimos en los baños del cine: ahora que había iniciado la película no habría nadie.
Podía haberme resistido, haberme negado a ir con él. No lo hice. No quería.
Lo único que deseaba era sentirlo, con el riesgo que ello conllevaba.

~
Una vez dentro de esos pequeños cubículos que, en mi opinión, contaban con una intimidad casi nula; me lacé ansioso sobre su cuello y lo besé.
Castiel reaccionó rápido, agarrándome de las muñecas. Empujó mi cuerpo, empotrándolo con brusquedad contra la pared. Sus manos soltaron las mías para dirigirse entonces hasta mi cadera y sujetarla con fuerza. Adelantado la suya y la mía hizo que chocasen, aprisionando aún más nuestras evidentes erecciones.

Al mismo tiempo, sus labios me torturaban deliciosamente por el cuello, marcándolo a su antojo. Se deslizaban desde los míos hasta el comienzo de mi camiseta, donde se veían obligados a parar. Torpemente, desabroché los botones de su camisa y aventuré mis manos dentro para sentir el suave tacto de su piel. Sin darme cuenta, me estaba acercando más a él.
Se rió disimuladamente al ver como mi cuerpo respondía tan apasionadamente. De un tirón me sacó tanto la camiseta como la chaqueta dejando mi torso desnudo a su tacto.
Una de sus rodillas presionó con fiereza mi entrepierna, provocando así que todo mi cuerpo se estremeciese de impaciencia. A penas era consciente de lo que estaba haciendo. Parecía que mi cuerpo había tomado el control y actuaba por instinto. Mis caderas se movían solas , restregándose aún más contra la pierna de Castiel.
Podía sentir perfectamente como mi miembro palpitaba, humedecido y dolorido por la dura presión de los vaqueros. Con mis dedos tanteé con cierto nerviosismo el botón de mi pantalón; por un lado sabía que estaba dejándome llevar demasiado y, por otro, lo deseaba con todas mis fuerzas. Finalmente pude desabrochar el dichoso botón y bajar la bragueta para dejar un poco más de libertad a mi erección.

Suspiré aliviado al notar que disminuía la presión en mi entrepierna, pero pronto desaparecería y se volvería aún más ansiosa, deseando ser tocada.
Castiel volvió a sujetarme por la cintura, atrayéndome y dejándome casi encima suyo. Con sus dedos jugueteó con malicia sobre mi ropa interior, provocándome. Mi espalda se arqueó, haciendo que mi cabeza chocase contra la puerta.
Con mis ojos le rogaba que acabase ya, que me tocase y se dejase de juegos. Claro que, esos ojos, eran los que más amaba. Verme suplicante entre sus brazos parecía ser lo que más le excitaba en el planeta. Pero eso también lo podía usar yo en su contra.
Al igual que él, yo iba a provocarlo. Adelanté mi mano derecha hasta sus pantalones y comencé a desabrocharlos con decisión. Un gemido ronco se escapó de sus labios cuando presioné su dura erección.
Sus ojos parecían haber cambiado de color, un intenso brillo envolvía sus pupilas, haciendo que me perdiese en ellas. Se relamió el labio inferior y sonrió de nuevo con esa expresión suya llena de perversión.

Ahora su mano se introdujo en mi ropa interior, dejando mi erección libre, totalmente a su disposición. Sus dedos se deslizaban por mi miembro hábilmente, humedeciéndose y resbalando por mis ingles.
Incapaz de contenerme, dejé escapar algunos gemidos llenos de deseo. El placer recorría mi cuerpo como una ola de calor que me abrasaba poco a poco.
De repente, se escuchó una puerta abrirse en los baños. Alguien había entrado.
Me quedé paralizado unos instantes mientras mi rostro comenzaba a tornarse cada vez más pálido. Castiel, en cambio, ante mi actitud, decidió seguir jugando con mi cuerpo como quería.
Tuve que cubrirme la boca con las manos para no hacer ningún ruido extraño. Por su parte, el pelirrojo me sostuvo por la cintura dejándome, ahora sí, encima de él por completo. Aún así, siguió acariciando mi duro miembro.
Afortunadamente, fuese quien fuese el que entró, no le llevó mucho tiempo. En cuanto se fue me bajé de las caderas del otro y tomé mi venganza.

Seguí sus pasos una vez más y bajé su ropa interior lo suficiente como para liberar su ansiosa erección, aprisionada todavía por la dura de la tela.
Continuamos tocándonos un rato, acariciándonos mutuamente mientras nuestros labios intercambiaban besos furtivos. Nuestros gemidos se entrelazaban, al igual que nuestro pulso que parecían ir a la par, igual de frenéticos.
Justo antes de terminar Castiel volvió a empujar mi cuerpo contra la puerta, aprisionándome con él. Nuestros torsos quedaron pegajosos, acalorados, sudorosos…
El pelirrojo me besó con ímpetu, pero yo era incapaz de devolverle la energía. Al final acabé dejándome caer sobre él, dejándole mi cuello a la altura perfecta para seguir marcándolo como bien hizo.
~

Al salir del cine nos dirigimos a una pizzería que estaba por los alrededores. Creí que no sería capaz de mirarlo a la cara o que me moriría de vergüenza, pero tener a Castiel cerca se había vuelto algo muy normal y agradable. Estuve sonriéndole todo el camino, arrimándome a él para besarlo o mordisquearle el cuello de vez en cuando.
Al principio se sorprendió un poco, aunque rápidamente me comenzó a devolver todos los besos que le daba.

En la cena aprovechamos para hablar un poco. Yo le pregunté sobre la música; quería que me contase cómo era estar delante de un montón de gente que te está observando, cómo era dejar que la música gobernase tu cuerpo. Sentirla, oírla, sólo a ella.
Me quedé fascinado, escucharlo hablar de algo que realmente le apasionaba era irreemplazable. Sus ojos brillaban tan solo de recordarlo. “Es algo que debería sentir todo el mundo” decía. Además, me contó sobre la primera vez que escuchó a Lysandro. Decía que jamás se hubiese imaginado que aquel chico tan discreto pudiese cantar tan apasionadamente, y no lo decía solo por la letra.

-Y, ¿has pensado en dedicarte a la música? – Pregunté con la cabeza apoyada en unas de mis manos – ¿Castiel?
Cuando me fijé en sus ojos, me di cuenta de que estaba mirando a otro sitio; en concreto a una mesa cercana donde había dos chicas riéndose tímidamente mientras le miraban. Me quemó la sangre.
-Si tanto quieres mirarlas, ¿por qué no te acercas? Parece que también te están mirando – le eché en cara.
-No me están mirando a mí, sino a ti. Me están poniendo enfermo las putas esas. – me soltó de repente. Me dejó anonadado. ¿A mí? ¿Teniendo a Castiel enfrente? Eso era imposible. Volví a mirar a aquella dichosa mesa y pude comprobarlo. Efectivamente, me estaban mirando a mí. Juraría que una me guiñó un ojo… Qué escalofrío me dio.

Pero me importaban una mierda esas chicas. Me estaban arruinando el ambiente y no me daba la gana. Tenía que hacer algo, ya.
Me levanté un poco de la silla y llevé mis manos hasta Castiel, agarrando su rostro y lo acerqué al mío. No sé qué cara pusieron cuando nos besamos; ojalá la hubiese visto, debió ser épica, seguro.
Por fortuna, al pelirrojo le volvió el buen ánimo. De hecho, se sentó junto a mí y el resto de la cena estuvimos... ¿Acaramelados? ¿Empalagosos? Vamos, que no nos separamos ni un momento. Besándonos e intercambiando nuestras pizzas el resto de la comida.
Al salir decidió acompañarme a mi casa, al menos durante un tramo.
Estuvimos paseando durante un rato, bajo el amparo de las estrellas, sin demasiada prisa por regresar. Ya había oscurecido bastante y, seguramente, debería haber vuelto ya a mi casa. Aún así no aceleré.

-Hoy has estado más atrevido de lo normal, Nath – me dijo con una de esas lujuriosas sonrisas suyas -¿Acaso he despertado tu lado pervertido?
-¿Te molesta? – pregunté medio riéndome.
-En absoluto. De hecho, me pone – se mordió el labio inferior y comenzó a sonreír maliciosamente – Qué ganas tengo de verte gimiendo debajo de mí…
-¡Serás…! – mis cachetes debían parecer dos linternas rojas. Sí, me imaginé la escena y casi me da algo malo. Le aporreé con mi bandolera para que se callase, pero él seguía a lo suyo, imaginando cosas guarras, como seguramente hacía siempre.
-A mí no me des con ese bolso, a ver si me vas a pegar tú mal gusto – dijo entre risas.
Le di unas cuantas veces más con mi BANDOLERA hasta que acabé riéndome con él. Parecíamos dos niños de primaria discutiendo.


Finalmente (y por desgracia), llegamos a la calle donde estaba mi casa. Por supuesto, no nos acercamos a la puerta ni a la casa, así que tuvimos que despedirnos antes.
Rodeó sus brazos alrededor de mi cintura, dejándome pegado a su cuerpo.

-Si pudiera te encerraría en mi casa para que no salieses nunca – me susurró al oído – Después de todo, tú no quieres volver, ¿verdad?
-A veces no se trata de lo que uno quiere. – respondí con cierta tristeza.

Ambos sonreímos con nostalgia; nunca se trataba de lo que uno quería. Se abrazó aún más a mí y juntó su moflete al mío para calentarme el rostro. Estaba helado. Cubrió mis brazos con los suyos, haciéndome entrar en calor poco a poco. Aún así, me estaba muriendo de frío.
Se quedó un rato mirándome y riéndose disimuladamente de la cara de pollo congelado que se me tenía que haber quedado. Como era lógico, me puse a titiritar al poco tiempo.
Justo cuando pensé que ya no podía sentir nada en los labios, posó los suyos en los míos. Me los besó superficialmente hasta que al final se introdujo en mi boca, provocando que mi temperatura corporal subiese y dejase de temblar. Lo que me era imposible comprender, era que el siempre estuviese tan cálido. Como tener una estufa al lado; pues igual.

Se separó de mí lentamente, sin estar seguro de hacerlo realmente. Y cuando pensé que se iba a ir, se acercó otra vez. Aunque esta vez para algo muy distinto...
Aproximó sus labios a mi oído y me susurró algo que me dejó petrificado. Él acabó marchándose mientras yo me quedé allí, incapaz de moverme, paralizado por sus palabras.

Ese… ¿Ese era Castiel?


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