Ainsh mis amores ಥ_ಥ no voy a poder publicar en unos días porque estoy de Camping pero en cuanto vuelva os daré dos capítulos si puedo >o<!!!!
Espero que las cabras me dejen su internet o sino tendré que ir a hablar con los cuervos, creo que con ellos tengo más posibilidades ಠ_ಠ
domingo, 26 de agosto de 2012
domingo, 19 de agosto de 2012
Capítulo 9 ~Hablando se solucionan las cosas~
LO SIENTOOO!!!! >o< pero esta semana ha sido la má ajetreada del verano e_e entre los dibujos, las quedadas, y cierto trio que estoy a punto de terminar para mi web ¬/////¬ se me ha echado el tiempo encima ;___; pero bueno!! al menos ya os traigo la reconciliación *-*!!! Que la disfruten!!!
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Me paralicé unos instantes al ver su
reacción, ¿qué planeaba hacer? Conociéndola, nada bueno seguro.
Salí corriendo tras ella para intentar
detenerla, pero fue poner un pie en el pasillo y todos los alumnos
salir de sus clases. Ella se movía sin problemas entre la multitud,
como si la gente se apartase a su paso. En cambio, yo tuve que
propinar varios empujones para que me dejaran pasar y, aún así, no
pude alcanzarla.
Al principio no supe muy bien lo que
pretendía; pero lo entendí todo cuando se paró enfrente de la
clase en la que yo debería haber estado una hora atrás.
“No será capaz de…”
Ocurrió en una milésima de segundo:
en cuanto el pelirrojo asomó la cabeza por la puerta Nacu le
propinó un puñetazo en toda la cara, tirándolo al suelo. Lo había
pillado totalmente desprevenido.
He de admitir que aunque no le hubiese
dado yo me sentí bastante aliviado. Se lo merecía por gilipollas.
Una sonrisa de satisfacción se me
dibujó en el rostro. Me hubiese gustado golpearlo yo, pero verlo en
el suelo con la nariz reventada no estaba mal.
Me giré con intención de irme de allí
antes de que un profesor apareciese o los alumnos formasen un
corrillo demasiado llamativo. Claro que Nacu no parecía pensar lo
mismo.
Se lanzó sobre Castiel con intención
de pegarle de nuevo y este, por su parte, parecía dispuesto a
empezar una pelea. Palidecí. Aquello no podía estar pasando, ¿acaso
quería matarlo?
Por fortuna, Sunset apareció desde el
interior de la clase, tratando de detenerla, pero su amiga no cesó
el ataque; de hecho, siguió como si tal cosa. Si Sunset se hubiese
agarrado a su puño, hubiese sido arrastrada con él.
Solo cuando apareció Lysandro pudieron
frenarla. Nunca había visto a nadie capaz de hacerle frente al
albino pero, en esta ocasión, Nacu no parecía ella misma. La cara
con la que miraba al pelirrojo teñido parecía la de un asesino a
punto de descuartizar a su presa. Podía entender que estuviese
enfadada; pero más que yo… Eso era demasiado.
Al final, Lysandro y Sunset
consiguieron arrastrarla hacia el patio para relajarla, dejando a
Castiel en el suelo con toda la cara llena de sangre. ¿Y ahora qué
hacía yo? Si lo dejaba ahí cualquier profesor podría verlo y
montar un follón. No es que quisiese ayudarlo, pero si no lo hacía
Nacu se metería en un lío.
Cogí al pelirrojo del brazo
rápidamente y comencé a subir las escaleras, sin mirarlo si quiera.
Lo dejaría en los baños de la tercera planta, allí casi nunca
había nadie.
Por alguna extraña razón no opuso
ningún tipo de resistencia cuando me lo llevé conmigo. No dijo
nada, no hizo nada, solo me siguió. Le abrí la puerta de los
servicios y le hice un gesto para que entrara. Me
obedeció. Vale, me estaba preocupando. Esto ya no era normal,
casi hubiera preferido que protestase o dijese algo.
Había pensado irme en cuanto lo dejase
allí pero su actitud me dejó clavado en el marco de la puerta sin
saber qué hacer. Igual era esa la oportunidad que estaba esperando….
-Castiel… - se me hizo un nudo en el
estomago al pronunciar su nombre - ¿Estás bien?
Oh dios… ¿En serio estaba diciendo
esto? Bien, Nathaniel, premio a la frase más estúpida del día.
Giré el rostro, abochornado. Si hubiese sido una situación normal
me habría mandado al carajo seguro. “Maldita sea” grité para
mis adentros. No era capaz de mirarlo, no era capaz de hablarle, no
podía... ¿Perdonarlo?
Antes de que pudiese reunir el valor
suficiente para enfrentarlo él ya se había enjuagado la cara y se
dirigía a la puerta con intención de salir. Cuando pasó junto a mí
acercó sus labios a los míos, murmurando algo.
“Gracias”
¿¡GRACIAS!? ¿Ya está? ¿No pensaba
decir nada más? Este tío era imbécil. Salí tras él y lo agarré
del brazo, obligándole a detenerse.
-Tenemos que hablar – le dije, aún
sosteniéndolo. Ahora estaba mosqueado pero por su indiferencia.
Sus cabellos rojizos le caían por
delante de los ojos, ocultándolos. Tenía el rostro ligeramente
ladeado, como si no quisiese mirarme. ¿Era el mismo Castiel de
siempre? Empezaba a dudarlo.
No le solté; pensaba seguir así hasta
que obtuviese un explicación de todo.
El muy imbécil permaneció inmóvil
unos minutos, hasta que finalmente se atrevió a mirarme. Jamás
olvidaré esos ojos. ¿Desde cuándo Castiel tenía ese tipo de
expresión?
Tras un intento de mirada de desprecio
se encontraban unas pupilas tristes y contrariadas. Me quedé
petrificado. No me gustaba, no quería verlo así. Pero, claro,
tampoco podía perdonarlo así por las buenas.
-Creo que tienes que explicarme algunas
cosas – le exigí, disimulando mi preocupación.
-¿A ti? ¿Por qué? – me desafió,
soltándose finalmente de mí. – No creo que te deba explicaciones
de mi vida.
- ¿Sabes, Castiel? Eres un gilipollas.
Quería hablar contigo, arreglar las cosas. Pero ahora me importa un
carajo. Si no es “asunto mío”, pues que te den. – si no
tuviese la nariz como la tenía, le hubiese propinado otro puñetazo.
¿Quién se creía que era? Si quería jugar a ser orgulloso no iba a
ser yo el que se arrastrase.
Puse rumbo a la escalera, para irme.
Pero, por culpa de mi torpeza habitual, uno de los escalones de
arriba me traicionó, haciéndome resbalar y caer sin remedio. No sé
muy bien qué pasó, sólo recuerdo que me cubrí el rostro con las
manos para evitar torcerme el cuello o algo.
Al retirar las
manos de la cara y ver que no me
había pasado nada, me encontré Castiel debajo de mí, sosteniéndome
con sus brazos. Tenía los ojos cerrados; no se movía.
El terror me inundó el cuerpo. Era
como estar cayendo desde el mismísimo Everest. Se me inundaron los
ojos de lágrimas solo de pensar que le había pasado algo otra
vez….
“… por mi culpa.”
Grité su nombre incontables veces,
pero no respondía. Lo zarandeé varias veces. Nada. Seguía sin
reaccionar. No pude contener las lágrimas, me acerqué a su pecho
para comprobar si respiraba. Decir que me relajé cuando lo escuché
respirar hubiese sido mentira, pues su pulso se notaba débil, como
un susurro apenas perceptible.
No podía seguir así, tenía que
llamar a alguien y conseguir ayuda. Me levanté corriendo pero, antes
de dar ni un solo paso, algo se agarró de mi pierna. La mano de
Castiel estaba débilmente agarrada al dobladillo de mi pantalón.
Me arrodillé rápidamente junto a él,
esperando que se moviese. Poco a poco fue abriendo los ojos; su
rostro lucía dolorido y se revolvía incómodo en el suelo. Le hice
un gesto para que no se moviese y le retiré los cabellos que tenía
delante de la cara para verlo mejor.
-Cada vez estoy más seguro de que
intentas matarme – su voz sonaba algo quebrada, pero aún así no
pude evitar sonreír como un estúpido al oírlo.
-No digas
tonterías, ¿te duele algo? – pregunté, preocupado. Con la
caída que se había dado no me extrañaría que se hubiese roto
algo.
-Já, no. Me acabo de caer por las
escaleras contigo encima, por si fuera poco, pero me encuentro
perfectamente. Estoy tirado en el suelo porque está fresquito ,¿no
te jode? – vale, si estaba sarcástico es que estaba bien, siempre.
Me reí un poco ante su comentario. A él, aunque intentase
disimularlo, también la había hecho gracia.
- ¿Puedes
levantarte?
-Si me das unos
minutos, sí.
Esperé junto a él a que empezase a
moverse y luego lo ayudé a levantarse. Quería llevarlo a la
enfermería para que lo viesen pero, como siempre, no quiso que nadie
se enterase. Tuve un triste déjà vu mientras lo cargaba.
El único sitio que se me ocurría era
una pequeña sala donde llevaba los archivos antiguos. Apenas nadie
pasaba por allí o sabía de su existencia siquiera.
Con cuidado fuimos caminando hasta
allí. En el camino no podía dejar de sentirme culpable. ¿Cuántas
veces iba a salir herido por mi culpa? Seguramente aún tendría la
cicatriz del costado.
Al llegar lo senté en un polvoriento
sofá que había en el fondo de la estancia y busqué un kit de
primeros auxilios. La verdad es que no le veía mucho uso, pero
prefería tenerlo cerca. Me senté a su lado y me puse a mirarlo.
(Sí, me quedé embobado, leches.)
-¿Cómo estás ahora? – pregunté,
ya más relajado después de haberlo visto moverse.
-Mejor, solo me molesta un poco la
espalda – contestó, haciendo pequeñas muecas de dolor al intentar
mover los hombros.
-¿Y la nariz? – me mordí el labio
al preguntar aquello; seguro que aún estaba enfadado por eso.
-Si no está rota es un milagro. Qué
tía más bestia, joder. – para mi sorpresa no parecía demasiado
molesto. Con la mano derecha se agarró la nariz y se la puso en su
sitio de nuevo, co un rápido movimiento. Soltó un pequeño quejido,
apenas audible, pero no parecía dolerle demasiado. Me atreví a
pensar que no era la primera vez que le pasaba.
-Gracias y … - suspiré confuso,
llevaba días queriendo hablar con él y ahora que lo tenía
delante... ¿Eué se suponía que tenía que decirle? – Esto…
Yo…
-Nath, no me tienes que dar
explicaciones por rechazarme. Cuanto menos me lo recuerdes, mejor.
Tengo mi orgullo, ¿sabes? – sus ojos se perdieron entonces en
algún rincón de la habitación, evitando mirarme. Recordé entonces
lo que me había dicho Nacu: Castiel se pensaba que lo había
rechazado completamente.
Vale, tenía que arreglarlo. El
problema era “cómo”. No me salían las palabras, mi mente
parecía un cuaderno en blanco. “Piensa, Nathaniel, piensa. ¿Qué
puedo hacer para explicárselo?”
Lo que ocurrió a continuación creo
que parecerá inverosímil. Tomar mucho café me sienta mal, pero no
tomarlo ya es una locura.
Me lancé sobre él, empujando su
cuerpo contra el sofá. No pensé en nada, no medité en absoluto,
tan solo agarré su rostro y deje caer mis labios sobre los suyos,
besándolos superficialmente. Al principio solo era un roce suave,
una caricia, pero mi legua parecía tomar la iniciativa por ella
sola. Se fue introduciendo en la boca de Castiel, saboreándola,
sintiéndola hasta que finalmente se convirtió en uno de los besos
más profundos que habíamos tenido.
Me separé de sus labios lo justo para
poder seguir, notando su aliento. Lo miré a los ojos, interrogante,
ansioso de que dijese algo, de que respondiera, aunque fuese para
quejarse.
-Nath… - dijo finalmente – ¿Tienes
cambios hormonales o yo me he golpeado tan fuerte la cabeza que estoy
alucinando?
- No sabía cómo decírtelo, así que
prefería demostrártelo. No te estaba rechazando, sólo es que… -
Me incorporé, quedándome sentado sobre él. Aún me daba vergüenza
reconocerlo. Vacilé uno instantes y proseguí – Estaba...
¿asustado? No sé, pero no me veía capaz de seguir más lejos.
Jamás he hecho eso con nadie.
Castiel se quedó callado, como si
estuviese pensado lo que yo acababa de decir. En un momento me
pareció ver que se sonrojaba, pero aparte de disimularlo muy bien la
mierda de luz que tenía la dichosa habitación era una maldita
bazofia y no se veía a penas.
Si antes lo había pillado por
sorpresa, ahora sería él el que iniciaría el ataque. Con una
presuntuosa sonrisa en el rostro, me agarró por la cintura,
volviendo a juntar nuestros cuerpos. Incapaz de levantarse
demasiado, empezó a mordisquearme la barbilla, hasta que fui
cediendo , poco a poco, acercándole mis labios.
Qué extraño, quién me iba a decir
que echaría tanto de menos sus besos, el roce sus dedos por mi piel,
el tacto de su cuerpo acalorado. Me reí de mi propia hipocresía,
lo quería y no era capaz de decírselo. Quizás algún día…
Pero por ahora quedaría sellado entre
labios.
Sus manos comenzaron a juguetear por mi
cuerpo, introduciéndose por dentro de mi ropa. Joder, este chico ni
incapaz de moverse era capaz de no pensar en meter mano.
Con resignación agarré sus muñecas,
alejándolas de mí e inmovilizándolo en el sofá. Pensareis que
estoy mal, pero me encantaba tenerlo así. (QuÉ mal suena…)
-Castiel… ¿tú me escuchas cuando
hablo? Te acabo de decir que no vayas tan rápido y tú vas y
empiezas a meterme mano. Debes tener un trastorno de hipersexualidad
porque, sino, no me lo explico – le solté las manos lentamente,
asegurándome de que no volvería a acosarme de nuevo, y me incorporé
– Además, tú aún me debes un explicación de algo.
-¿Yo? ¿De qué? – vencido, dejó
caer sus brazos por el sofá. Sus ojos me observaban desconcertados.
-De por qué te estabas besando con
Sunset en la azotea el otro día – no sé cómo reuní el coraje
para soltárselo a la cara de golpe, pero una ola de orgullo me
envolvió el cuerpo. Castiel, en cambio, se había quedado pálido,
sus ojos se habían abierto como platos. Claro, yo lo había visto a
él, pero él a mí no. Más le valía tener una buena excusa….
-¿Tú nos viste? – preguntó
mientras se llevaba las manos a la cabeza. Simplemente, me limité a
asentir – A ver, ¿si te digo que no tengo ninguna excusa te vale?
Torcí el rostro molesto. OBVIAMENTE,
no me valía. Yo me había sincerado con él, ahora era su turno y no
pensaba moverme hasta que se explicase.
-No tiene mucha historia en realidad.
Llevaba unos días insoportable desde lo del hotel, ni siquiera
Lysandro era capaz de aguantarme. Uno de esos días me fui a la
azotea y me encontré con Sunset Y, no sé cómo, pero me puse a
contárselo todo. – Hizo una pausa, con un suspiro cansado, y
prosiguió – Después de un rato hablando me perdí en mis
pensamientos. No conseguía sacarte de mi cabeza. Lo del beso, pues
se acercó, me besó y yo la besé. Punto. No significó nada si es
lo que quieres saber. De hecho, me sentí como si la hubiese
utilizado…
Clavó sus ojos en mí, esperando una
respuesta, pero yo aún estaba asimilando lo que me había dicho.
Quería creerle. Ciertamente, si tenía en cuenta lo impulsivos que
eran los dos esa escena podía ser perfectamente posible. No quise
darle más vueltas. ¿No significó nada? Con eso era suficiente para
mí.
-No es una gran
excusa, pero me vale. Ahora, ni se te ocurra hacer algo parecido –
a decir verdad aún estaba un poco molesto, pero bueno, creo que era
normal.
-¿Te estás
poniendo celoso? – inquirió, con un tono burlón sacándome
la lengua.
-No, pero como hagas algo así otra vez
Nacu no te dará un puñetazo, te cortará en trocitos con la Katana.
– ambos nos reímos al pensarlo. Aunque si yo fuese Castiel estaría
asustado.
Me quité de encima suyo y le tendí,
la mano para ayudarlo a levantarse.
-¿Ya nos vamos? –preguntó, casi
quejándose.
-Sí. A menos que quieras que saque el
parchís y nos pongamos a jugar aquí – una vez más, volvió a
reírse con mi comentario. Me agarró la mano y se levantó de golpe,
quedando a tan solo unos centímetros de mí.
- Y yo que pensaba que me habías
traído aquí para violarme mientras estaba herido... – susurró
mientras me mordisqueaba la oreja y me pegaba aún más a él.
-No me atribuyas cosas que harías tú.
– tuve que forcejear un poco para separarlo de mí (Qué tío más
pegajoso, joder…).
Al salir Castiel ya estaba bastante
mejor. Se le notaba un poco al andar, pero al menos ya podía mover
la espalda (más o menos). Nos dirigimos a las escaleras para volver
a las clases y, justo cuando íbamos a bajar,
vimos a Sunset, Nacu y Lysandro en el rellano de abajo, esperando.
El albino estaba como siempre, perdido
en su mundo, tarareando unos versos. Pero las otras dos… En cuanto
nos vieron una diabólica sonrisa se les dibujó en el rostro y
comenzaron a reírse como si fueran unas muñecas endemoniadas. Sin
esperarnos, bajaron las escaleras junto a Lysandro, que también
parecía estar riéndose disimuladamente.
Ambos nos quedamos de piedra. ¿A qué
había venido eso?
-Nath, - Castiel tenía el rostro
desencajado, como si hubiese visto un fantasma – esas dos están
empezando a asustarme. Te lo digo en serio, creo que somos sus
juguetes.
domingo, 12 de agosto de 2012
Capítulo 8 ~El tiempo no soluciona las cosas~
Por poco no me da tiempo de tener este cap listo para hoy ;o; Ya este es el último cap que tenía escrito!! Los demás tendré que escribirlos directamente en el ordenador a partir de ahora xD
Espero que os guste el cap >o< y que como siempre... no me mateis xDD jajajajaja
Capítulo 8!! : D
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-¡¡¡Nathaniel!!! ¡Mamá dice que te
levantes, que no puedes seguir faltando!
Los gritos de Ámber golpeaban mi
cabeza como un martillo a unos clavos. Daba igual lo que me dijese,
no tenía intención de salir de la cama. Es más, si me moría ahí,
por mí perfecto.
Persianas echadas, luz apagada, manta
hasta la cabeza… Cuanto más profundo me encontrase en ese oscuro
hoyo que yo mismo había construido, mejor.
-Nathaniel, me importa una mierda lo
que hagas, pero papá se está mosqueando y está a punto de subir.
Tú verás – mi hermana volvió a gritarme tras la puerta.
Por una vez todos mis esfuerzos por no
defraudar a mi padre me parecieron totalmente inútiles y sin
sentido. Nunca iba a conseguir que me reconociese, era un hecho. Aún
así, era una de las pocas que me infundían miedo, prefería
evitarlo a enfrentarme a él. Nadie en mi familia me había
preguntada que me pasaba, nadie se había preocupado de si estaba
mal.
A veces pienso que hubiese sido mejor
que no hubiese nacido. Mi padre sería feliz con una hija a la que
mimar y mi madre no se preocuparía por nada. Todos felices. Sin mí.
Os preguntareis porque estoy así. ¿Verdad? Para que lo entendáis,
tendríamos que volver atrás en el tiempo. Exactamente una semana,
el lunes pasado.
Estaba decidido a encontrar a Castiel
fuera como fuese. Teníamos que hablar aunque él intentase evitarme,
así que a quinta hora me salté la clase de filosofía para ir
buscarle.
Estaba desesperado, necesitaba aclarar
las cosas, desde el día anterior tenía una espina clavada en el
pecho cada vez más profunda.
Evitando como podía pasar frente a las
clases, salí al patio para continuar mu búsqueda. Nada. Ni en los
clubs, ni en el salón de actos; en ningún lado. “¿Pero dónde se
ha metido?”
Irse no se había ido, lo sabría. Y escaparse tampoco, solamente se
salta las clases. (Lo cual no entiendo, si vas a faltar no vengas al
instituto. ¿No? Seguro que lo hacía por joder. Eso, o era masoca.)
Cansado, me senté un el banco del
patio. Era increíble que no pudiese encontrarlo. A ver, el instituto
tampoco era tan grande y no tenía ningún “lugar secreto”… O
al menos eso creía yo.
Me quedé un rato observando las nubes
con las miles de posibles localizaciones de Castiel en la cabeza. Se
me llegó a ocurrir mirar en la sala de delegados. (Este chico por
joder era capaz de meterse donde nunca se me ocurriría buscarlo).
Deslizando mis ojos desde el cielo hasta la azotea, vislumbré una
pequeña mancha roja.
“No puede ser.”
Salí disparado y subí las escaleras,
como si mi vida dependiese de ello. ¿Cómo no se me había ocurrido?
La azotea era, sin lugar a dudas, el mejor lugar para esconderse.
Apenas nadie conocía su existencia.
Por supuesto, “debería” estar
cerrada. Pero todos sabemos que Castiel no tiene muchos problemas en
“obtener” llaves.
Subiendo aquellas endemoniadas
escaleras que me parecieron más largas que nunca, acabé tan
asfixiado que los últimos escalones los tuve que subirlos medio
arrastrándome. “Qué asco de resistencia.”
La puerta estaba entrecerrada; alguien
había salido. Me asomé con cautela para ver a quién tanto había
buscado. Pero la suerte no quiso estar de mi lado.
No estaba solo. Sunset estaba con él.
Castiel estaba apoyado en la
barandilla de espaldas, su mirada se perdía en el cielo, como si las
nubes hubiesen capturado sus ojos. Ella, por el contrario, lo miraba
concentrada. Le estaba diciendo algo, pero no pude escucharlo.
Intenté acercarme todo lo que pude a la puerta, aún sabiendo que en
realidad no conseguiría oír nada. No sabía qué hacer, parecía
una conversación demasiado importante como para intervenir de
repente. Por otro lado, no pensaba rendirme ahora que había dado con
él. Simplemente tenía que esperar.
Me quedé junto a la puerta,
expectante, deseoso de poder salir de una vez por todas. De repente,
Sunset hizo algo que me horrorizó. Se lanzó velozmente sobre
Castiel, sosteniéndole el rostro entre sus manos y lo atrajo hasta
ella para besarlo.
Esperé a que Castiel se separase, que
se apartara de ella y se fuese ignorando lo ocurrido. Pero no fue
así. Le devolvió el beso con la misma intensidad. La agarró con
una mano por la cintura, atrayendo su cuerpo al suyo, y con la otra
entrelazó sus dedos en la melena pelirroja de ella. Arrinconándola
contra él, sin dejar que se separase.
Una puñalada certera me atravesó.
Sentía como poco a poco mi interior se rompía poco a poco. Ya no
sentía mi cuerpo, era como estar cayendo por un precipicio.
No quise ver más, no podía
enfrentarme a ello y menos en ese momento. Sin detenerme ni un
segundo, volví corriendo a la sala de delegados a por mi maleta y
volví a casa. No podía pensar en nada. Mi cabeza no dejaba de
atormentarme con la dichosa escena de la azotea.
Si era tan capullo como para irse con
alguien sin intentar arreglar nada siquiera, se podía meter el
perdón por el culo.
De este modo, permanecí encerrado en
mi habitación hasta hoy. Pero parecía haber llegado el momento de
afrontar la realidad aunque no quisiese…
---
Una, dos, tres horas… ¿Qué más
daba? Pronto acabarían las clases y podría volver a casa. No
escuchaba a nadie, no respondía a nada, simplemente esperaba sentado
en mi pupitre a que sonase la campana.
-¡¡AAHH!!- algo golpeó mi cabeza y
desperté de mi pequeño trance para saber que era - ¿Y esto?
- Es una pantufla, y agradece que no
fuera un diccionario – Nacu me observaba, furiosa. Su mirada era
exactamente la misma a la que ponía cuando se cruzaba con mi
hermana. Una mezcla entre asco y odio total.
- Es una zapatilla de abuelo –
respondí con desgana, devolviéndosela.
-Si he dicho que es una pantufla, es
una pantufla. Me gusta llamarla así. – la forma de convencer de
Nacu; la cosas son como a ella le da la gana y punto.
-Da igual, vuelve a tu asiento. Está a
punto de empezar la clase. –desvié la mirada con intención de
perderme de nuevo en mis pensamientos.
-¡Qué ganas de pegarte una ostia me
están entrando, Nathaniel! – de improvisto, Nacu extendió una de
sus manos hasta mí, agarrándome de la camisa. Creí que realmente
que me iba a abofetear. Sin embargo, tiró fuertemente de mí,
obligándome a levantarme. Comenzó a jalar de mí y consiguió
sacarme de la clase. Mala suerte para ella que nos encontrasemos a
profesor Farrés a punto de entrar.
-Señor Farrés, – comenzó Nacu –
Sabe usted que adoro la historia y que este es un alumno modélico.
Pero en la situación actual se encuentra un poco desanimado y
quisiera ver si con tres cubos de hielo consigo que espabile –
menuda escusa le había soltado, así lo único que conseguiría
seria un castigo.
- Vale – contesto nuestro profesor.
“¿¡Cómo!? ¿¡Pero este profesor de dónde había salido!? –
La verdad es que luce fatal, a ver si consigues animarlo o algo.
- Por supuesto, muchísimas gracias –
se despidió del profesor Farrés con una sonrisa modélica, para
luego dedicarme a mí una diabólica.
Esto… Esto no podía estar pasando.
-¿Me has traído al club de jardinería para rematarme o ha sido
inconscientemente? – pregunté a mi secuestradora mientras me
sentaba en un bordillo. Nacu, en cambio, permaneció de pie frente a
mí, observándome con cara de pocos amigos.
-No te preocupes, Jade me dijo que
ahora mismo no tenía plantas con polen, no es la época. – hizo
una pausa y se apoyó en el árbol más cercano sin dejar de mirarme
– A ver, Nathaniel, ¿se puede saber porqué no contestabas al
teléfono? ¿Ni a los mensajes? ¿Ni a los correos? ¿Ni a las
cartas?
“Cartas” ¿Quién carajo enviaba
cartas en el siglo veintiuno para hablar con un amigo?
-No quería
hablar – de hecho, seguía sin querer hacerlo.
-Ya, claro. Y a
los demás que nos den por culo, ¿no? – se cruzó de brazos,
malhumorada. Parecía dispuesta a retomar su impulso de pegarme y
escupirme con desprecio en la cara.
-¡Era problema
mío! – le grité casi inconscientemente. Sabía que no era verdad,
no era sólo asunto mío. De hecho, involucraba a más gente de la
que hubiese querido.
-¿¡Y no se te
ocurrió pensar que podíamos estar preocupados!? – gritó,
echándome en cara mi egoísmo. Ella tenía razón, no tenía culpa
de nada. Podía al menos haber contestado algún mensaje.
-Lo siento –
dije, arrepentido. Yo no era así, ¿por qué me estaba comportando
de aquella manera tan estúpida?
-No, ni lo siento ni ostias. Entre los
dos me vais a matar. Sí, los dos, porque Castiel estaba últimamente
que vaya tela también – se detuvo unos instantes y cogió aire,
tratando de relajarse – A ver, Nathaniel, eres mi amigo, estoy
preocupada. Tú mejor que nadie sabes que las cosas no pueden seguir
así. Puedes contarme lo que te pasa.
- Nacu, de verdad, déjalo; se pasará.
Como todo, y volveremos como al principio. – concluí sin ánimo
alguno para contarle nada.
- Sí, al principio en el que Castiel y
tú no os podíais ni nombrar. No quiero eso, ¿sabes? Me cuesta
mucho hacer amigos y coger confianza con ellos – su mirada se
cargaba de tristeza mientras me hablaba. Su tono de voz había pasado
de ser fuerte e imponente a suave y nostálgico – Lo que más temo
es perderlos y, créeme, no tengo intención de perderos a vosotros.
– terminó sentándose frente a mí y clavando aún más sus ojos
en los míos.
-Lo siento Nacu, de verdad. Pero no
puedo, me es imposible. Yo… - no podía mirarla, no tenía el valor
suficiente.
-Maldita sea. ¿Pero qué te pasa? –
me rogaba a punto de perder la paciencia.
- Nada… - quería salir de allí. No
podía seguir teniéndola en frente de esa forma.
-¡Nathaniel! – me gritó, molesta.
Giré el rostro hacia ella con la mirada aún en el suelo. No podía
aguantar más, necesitaba gritarlo y que lo oyesen los cuatro
vientos. Necesitaba sacar esa espina de mi interior.
-¡Que Castiel está saliendo con
Sunset! ¡Eso pasa! – Mis ojos se levantaron con decisión pero se
encontraron con una mirada desconcertante de Nacu - ¡Los vi
besándose en la azotea el lunes pasado y no he podido sacármelo de
la cabeza! – expliqué mientras todas las espinas que tenía
clavada salían bruscamente de mi interior, dejando sólo las
heridas.
- ¿Cómo? – Nacu estaba perpleja. Su
rostro palidecía a cada segundo. No se movía. Me estaba empezando a
preocupar. Si bien yo podía haberme relajado un poco, a ella la
había descolocado por completo.
Quise decirle algo, pero no encontré
las palabras adecuadas. No sabía que le pasaba realmente. ¿Acaso
Sunset no se lo había dicho?
De repente se puso en pie, apretando
los puños. Su mirada se había cargado de ira, podría haber matado
a alguien con esos ojos. Se crujió los dedos y se fue con decisión
hacia el edificio de clases sin decir nada.
martes, 7 de agosto de 2012
Capítulo 7 ~3º día~
Waaaa >o<!!! Por fin terminé este cap! Pero antes os dejo un regalito *_____* Es un dibujito para todas las que leeis mis fics!! Gracias!!!!
*__________________________________* OMG CHICAS OS AMO!!! *_* espero que os guste!!!
Cuando desperté tenía unas ojeras
horribles. Lo poco que había dormido me había sentado fatal.
Castiel no había regresado en toda la noche y, seguramente, no lo
haría.
Me incorporé con dificultad, sentía
como si tuviese una taladradora en la cabeza. La habitación estaba
muy silenciosa. El silencio debía estar riéndose de mi patética
apariencia. No quería salir de allí, quería enterrarme bajo las
sabanas y no despertar. Pero el sol se asomaba impetuosamente por las
pequeñas uniones de las cortinas. Nunca había odiado tanto el
amanecer.
Apartando las sabanas a un lado me
levanté de la cama. En cualquier otro momento me hubiese horrorizado
ir desnudo por ahí (aunque estuviese solo). No obstante, mis ganas
en ese momento de buscar la ropa eran escasas; seguramente estarían
tiradas por el suelo. Creo que pisé mis pantalones cuando me dirigí
al baño.
Frente al espejo pude ver las pequeñas
marcas rojas que recorrían mi cuerpo. Pasé mis dedos sobre ellas,
acariciándolas, sintiendo aun sus labios en mi piel. Necesitaba un
baño.
Que tentador me parecía ahogarme en la
bañera. Total, ¿qué más daba? No es como si alguien me fuera a
echar de menos. Una sonrisa nostálgica se dibujo en mi rostro cuando
pensé aquello. Después de todo nunca nadie se había preocupado por
mí.
“Nadie hasta que llegó Castiel”
Zambullí de golpe mi cabeza en el agua
y traté de despejarme.
“Joder, la he cagado.” No quería
perderlo, tenía que hablar con él aunque no quisiese escucharme.
Antes de salir recogí todas mis cosas.
Así no tendría que volver a esa dichosa habitación. Fui al
ascensor y , mientras esperaba, vi como Lysandro salía de su cuarto.
Venía hacia mí.
“¿Habrá ido Castiel a su
habitación?”
Quise preguntárselo, saber como
estaba, pero las palabras se clavaron como espinas en mi garganta.
-Nathaniel – no pude mirarle a los
ojos cuando dijo mi nombre - ¿Podría ir a tu habitación a por las
cosas de Castiel? – Perfecto, ahora el pelirrojo no quería ni
verme la cara.
- Sí, claro. Es más toma la llave, yo
no voy a volver. Puede venir él si quiere – tendí la mano y le
ofrecí la tarjeta. Me reí de mi propia estupidez. ¿Qué era, una
niña de primaria a punto de llorar? Tenía que contenerme.
- Gracias – tomó las llaves y me
dedicó una de sus enigmáticas sonrisas – Por cierto, no estoy
seguro de que deba meterme en esto, pero creo que estabais muy bien
juntos. Incluso aunque ahora las cosas se vean negras, no hay nada
que no se pueda arreglar. – creo que aquella fue la primera vez que
Lysandro había hablado conmigo tanto tiempo. De alguna manera, me
animó una poco.
Me despedí de él y entre en el
ascensor. ¿Estaba llorando? Me rocé con las yemas de mis dedos la
mejilla. Una pequeña lágrima resbalaba por ella. Respiré hondo. No
podía mostrar debilidad, no podía verme así. Eso era lo que mi
padre durante muchos años me había inculcado. Otra cosa es que
fuese acertado.
Con todo lo que había pasado mi
apetito se había esfumado. Después de una noche sin dormir no creo
que un café fuese lo más conveniente. Me senté en uno de los
sillones de la recepción y esperé a que el tiempo se apiadase de mí
y fuese más rápido. Por supuesto, no fue así. Cuando miré el
reloj para ver cuánto tiempo llevaba allí, tan solo habían pasado
diez minutos.
-¡Nath! ¿Qué haces aquí? – Nacu
apareció por mi espalda asomando la cabeza sobre el respaldo hasta
ponerla frente a la mía. Si no hubiese sido porque ella tiene buenos
reflejos nos hubiésemos chocado cuando me incorporé sorprendido. –
Tienes los ojos rojos…
Obviamente se tenía que dar cuanta.
Ojos enrojecidos, labios ligeramente hinchados, ojeras enormes…
Tenía una cara para regalarla.
-Lo siento, Nacu, hoy no me apetece
mucho… Nada. Me quedaré aquí, quiero estar solo. – volví a
sentarme en el sillón y apoyé la cabeza sobre el respaldo.
-Y una mierda. Tú te vienes conmigo y
con Lysandro. Necesitas una buena ración de libros, seguro que una
librería te despejas. – empezó a jalar de mi brazo intentando que
me levantara. Entre que yo no tenías fuerzas para nada y que esta
chiquilla a veces parecía más fuerte que Popeye, terminó
consiguiéndolo en poco tiempo.
-¿Y Sunset? – pregunté. Aunque no
debería haberlo hecho…
-Se ha ido a seguir a Castiel que… -
debió notar en mi rostro la más absoluta miseria cuando pronunció
su nombre - … da igual.
Todo el ánimo que había conseguido
hablado con el albino se había esfumado. De nuevo entraron ganas de
morirme; con suerte me aplastaba una estantería en la biblioteca.
-o-
A pesar de mis quejas, Nacu consiguió
arrastrarme con ellos. Me sentía totalmente fuera de lugar. Llegue a
pensar que les había jodido una cita pero, no sé, por muy bien que
se llevasen, no los veía juntos. Además, me pareció oírle a ella
decir: “A mí me parece que estáis bien juntos” o algo así.
Lysandro con pareja... eso era igual de extraño.
Caminamos en silencio, sin decir
palabra. Yo no tenía ganas y ellos no eran muy habladores. Ni
siquiera cuando nos perdimos (que fueron muchas, es lo que tiene ir
con dos “orientación nula”) dije nada.
Cuando llegamos a la biblioteca los
tres nos quedamos sorprendidos, como si ante nuestros ojos se hallase
un tesoro pirata.
Montones de estanterías plagadas de
libros adornaban las paredes. La estancia parecía un teatro que
habían modificado para convertirlo en una “casa del libro”. Era
impresionante. En el fondo, sobre el escenario, se encontraba toda la
literatura clásica. Era una forma de darle importancia.
Cada uno tomamos nuestro propio camino.
Lysandro se fue a la poesía y a los libros en versión original.
Nacu era más cambiante, pero los mitos griegos, el arte y la novela
de misterio y sobrenatural eran sus favoritos. Yo, para variar, me
fui a las novelas policiacas.
Cogí unos de los libros de Donna Leon
que aún no había leído y me fui a un sofá que había justo en
medio de la sección. Al menos podría alejarme del mundo sensible un
rato.
-o-
- ¡Hey! Como sigas así, guapo, te
comes el libro – desperté de mi trancé y me salí totalmente de
la trama.
- Ah, Nacu. ¿Qué pasa? – pregunté
frotándome los ojos. No me había dado cuenta, ya llevaba dos
tercios del libro. El tiempo esta vez sí quiso estar de mi lado.
-¿Ya estás más tranquilo? – se
sentó junto a mí y me dedicó una sonrisa. Estaba preocupada. Y se
merecía una explicación… ¿No?
-¿Qué? – sinceramente, aunque se la
mereciese, no me veía con el valor de dársela.
-No, de “¿qué?” nada. Ya estás
abriendo esa boquita y contándomelo todo. – su sonrisa se
convirtió en una mirada asesina - ¿Sabes? A veces necesitamos
desahogarnos. – relajó el rostro y lo apoyó sobre el respaldo,
aún mirándome - Es sobre Castiel, ¿verdad?
- Si –respondí, tajante.
No sabía cómo
empezar. Nunca le había contado mis problemas a nadie y, por una
vez, sentí que podía hacerlo. Más bien, como decía ella,
lo necesitaba.
-A ver, dando por hecho que sabrás más
de la mitad de las cosas que han pasado entre nosotros – hice una
breve pausa y la miré. Ella asintió con una sonrisa sospechosa.
Bien, seguro que lo sabía todo. – Lo primero es que vine a la
excursión porque necesitaba aclararme. Habían ocurrido muchas cosas
y quería tenerlo todo claro. Pero Castiel “cayó” en mi
habitación y mi jornada de reflexión se fue al carajo. Después de
conseguir evitarlo milagrosamente el viernes, el sábado nos perdimos
por el museo. ¿Podría llamar a aquello cita? Puede, la cosa es que
estábamos bastante bien. No quería que nada saliese mal pero… A
la noche, cuando nos fuimos a la habitación el ambiente fue…
cambiando. Me deje llevar por él al principio pero… Al final no
pude...
Dejé caer la cabeza sobre mis manos.
El maldito sentimiento de culpa no dejaba de torturarme. Acto seguido
miré a Nacu. Estaba dubitativa, pensando lo que iba a decir o como
lo iba a hacer.
- Esto, Nathaniel *ejem*Tú eras
virgen. ¿Verdad? – se enrojeció un poco cuando me dijo aquello.
Podría decir que estaba... ¿Mona? Si se lo decía me clavaba la
katana seguro. – A ver, mira. Me imagino que entre que Castiel es
un salido y un poco bestia y que tú eres bastante tímido….¡Mierda!
Da igual, no creo que se enfadase por eso. A ver, ¿le dijiste algo?
Ten en cuanta que en pelirrojo es muy susceptible. Parece que está
con la regla siempre.
- Si le gritas a
alguien: “¡No!¡No te acerques!” y lo empujas, ¿cómo lo
interpretas? – pregunté mordiéndome el labio.
- Como que lo
estás rechazando, completamente. – su respuesta fue seca, directa.
Sus ojos me estaban echando la bronca sin de necesidad de palabras.
-Perfecto….
¡Joder! – dije mientras golpeaba mi cabeza contra el respaldo –
Si tan solo pudiera explicarle las cosas… ¡Pero no! El señorito
no quiere ni verme la cara.
- Desde luego…
Podría escribir un libro con vosotros…- Nacu suspiró, agotada.
Dar consejos de pareja no parecía su fuerte - Pero Nathaniel, antes
que nada tienes que tener claro lo que quieres hacer con él.
-¿Perdón? –
vale, aquella pregunta me pilló con la guardia baja.
- ¿De qué forma
ves a Castiel? ¿Te gusta? Es lo primero que debes tener claro –
Esta vez su mirada era sincera. Ella estaba en lo cierto. ¿Qué
sentía exactamente? Ni si quiera lo tenía claro.
-Yo quiero
arreglar las cosas con él – al menos eso sí era seguro.
-Interpretaré
eso cono un sí – Nacu me miró, comprensiva. En aquel momento
odiaba mi orgullo. ¿Ni siquiera era capaz de reconocer mis propios
sentimientos?
- Pero no sé qué
hacer – dije, esperando que me diese una solución.
-¿En serio? ¿No
se te ocurre nada? Estoy segura de que si te plantas en su casa
desnudo con un lacito en la cabeza y un cartelito que ponga “tómame”
se le olvida todo. – comenzó a reírse de su propio comentario. Yo
por el contrario puse cara de pocos amigos.
- ¡Nacu! – Lo
peor es que [b]eso[/b] realmente funcionaría.
- Qué vas a
hacer; pues hablar con él y explicarle las cosas. Y de camino
decirle que a ver si no interpreta las cosas como le sale de los
cojones ,sin razonar un segundo, y que deje de estar tan salido. –
Bien, Nacu modo profe “[b]on[/b]”. En serio, me sentía como en
primaria cuando me reñían.
- Creo que
empezaré disculpándome – concluí sin hacer mucho caso a
lo que me había dicho.
- Perfecto. Ahora le diré a Lysandro
que hemos hablado y aclarado un poco las cosas. Estaba bastante
preocupado, ¿sabes? – dijo mientras señalaba tras mi espalda –
Claro que él no se iba a meter.
En ese momento me giré y pude verlo
sentado en uno de los sillones de la sección de poesía. Tenía al
lado una pequeña mesita plagada de libros. “¿Se los estaría
leyendo?”. No me hubiese sorprendido nada, estaba absorto en su
mundo, como si lo demás no existiese. (Sólo le faltaba el té al
lado). Yo nunca habría sido capaz de saber lo que estaba pensando,
de hecho muchas veces me parecía casi
insensible. Como siempre, me equivocaba.
-Gracias, siento
haberos preocupado. – concluí. Ciertamente me había relajado un
poco.
-Qué mono… ¿Me
dejarías ponerte orejitas de gatito? - gritó emocionada. Lo
peligroso es que lo decía en serio.
-¿Eh? ¡No! ¿De
dónde te sacas esas ocurrencias? – Su salud mental me
preocupaba…
Continuamos charlando un rato y
comentando los libros que habíamos estado leyendo. Criticamos
algunas interpretaciones cinematográficas que mutilan las historias
y la manía de los cines de no ofrecer la versión original. Sin
darnos cuenta, el tiempo volvió a correr demasiado deprisa.
-Chicos, deberíamos irnos ya –
Lysandro aparecía como una sombra, sin hacer el menor ruido. Llevaba
aún unos libros bajo el brazo.
-Tienes razón, vamos a pagar y nos
vamos – respondió Nacu mientras cogía una pila de libros que
tenía junto a ella.
Al parecer la libraría tenía algunas
ofertas, pero como no llevaba dinero, no pude compararme ninguno.
Nacu me indicó que los esperase fuera. Supuse que quería hablar con
Lysandro de todo lo ocurrido.
No tardaron apenas unos minutos en
salir. Sí que debían ser rápidas sus conversaciones…
-Toma – Nacu extendió su mano y me
ofreció una bolsa de la librería – De parte de los dos. No lo
habías terminado, ¿verdad?
Me quedé de piedra. Cuando miré
dentro de la bolsa vi el libro que había estado leyendo. Me lo
habían regalado…. No sabía qué, hacer si reírme, abrazarlos o
dar simplemente las gracias.
-No sé que decir – no me lo podía
creer. Por la cara me habían comprado el libro. A penas los conocía…
Bueno, a Nacu un poco sí. ¿Pero Lysandro?
-Esa cara es más que suficiente -
Lysandro empezó a reírse disimuladamente. Al final los tres
acabamos riendo.
-Gracias, de verdad – les dediqué la
sonrisa y abracé el libro con mis brazos. No había nada que me
alegrase más que tener un libro nuevo.
- Awww, qué mono. Cada vez quiero
vestirte más de gatito, Nathaniel – a Nacu le empezaron a brillar
los ojos de repente. Parecía que iba a saltarme encima y a obligarme
a ponerme un disfraz en cualquier momento. Tuve miedo…
- Creo que Leigh vende orejitas de gato
– intervino Lysandro con indiferencia.
-¡Pero no la animes! – Lo que me
faltaba, el albino consintiéndola.
Nota mental: No ir de compras con
ellos.
-o-
El resto del día no pasó nada
interesante. Intenté hablar con Castiel, pero cuando llegué al
autobús, él estaba sentado con su guitarra; dormido y con los
cascos puestos. No me atreví a decirle nada. Me senté junto a
Lysandro y volví a hundirme en la mierda. Intentaron animarme de
nuevo, pero era difícil teniéndolo tan cerca.
Ya sólo me quedaba esperar al lunes,
igual en el instituto las cosas irían mejor.
miércoles, 1 de agosto de 2012
Capítulo 7 ~2º día~ C
KYAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!! >___< por fin!!!!
¿Queriais saber que ocurría por la noche? Pues aquí teneis!! : D Por fin lo he terminado y está editadito y todo; mi editora ha vuelto ;o;!!!
Esta es la versión sin cesurar >__< Espero que os guste : D
P.D.: No me mateis xD
----------
¿Queriais saber que ocurría por la noche? Pues aquí teneis!! : D Por fin lo he terminado y está editadito y todo; mi editora ha vuelto ;o;!!!
Esta es la versión sin cesurar >__< Espero que os guste : D
P.D.: No me mateis xD
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Esta vez sí que había cogido la
llave, pero no necesité preocuparme por eso, subimos juntos. Nos
despedimos de Lysandro y entramos en la habitación. Nuestra
habitación.
Estaba bastante nervioso, no dejaba de
mirar a Castiel de reojo y vigilar sus movimientos. No sabía qué
hacer, temía que si decía algo lo echase todo a perder; y el día
había ido muy bien como para cagarla en el último momento. Intenté
aparentar normalidad y mantener la calma, pero mis pensamientos me
traicionaron. Me imaginé durmiendo con él plácidamente en la cama…
Abrazados… Metí la cabeza en el minibar. Por supuesto, Castiel
me preguntó que estaba haciendo. Me limité a decirle que había
metido una bebida y no la encontraba. Después me miró como si fuese
imbécil y volvió a sentarse en la cama mientras jugueteaba con su
móvil.
Cuando se me enfrió un poco la cabeza,
me puse a organizar la maleta. Al día siguiente volvíamos, así que
era conveniente que empezase a recogerlo todo. Al meter la ropa me
percaté de que aún tenía la ropa de Castiel (aquella que me había
dejado hace como medio siglo ya). Tenía que devolvérsela ahora que
tenía la oportunidad.
- Esto C--… - su nombre se me clavó
en la garganta como una espina cuando intenté llamarlo. “Maldita
sea, Nathaniel, reacciona, no actúes como un imbécil” me dije
para mis adentros – Toma, muchas gracias – finalmente pude decir
algo coherente y tenderle la mano con la bolsa.
- ¿Qué es esto? – dudó unos
instantes hasta que cogió la bolsa y descubrió su contenido. – Mi
ropa… Ya ni me acordaba. Espera, ¿qué le ha pasado a los
pantalones de cuero?
- Nada – contesté rápidamente. Me
mordí el labio inferior cuando empezó a sacar el pantalón de la
bolsa.
- Aja. ¿Y por qué están tiesos? –
me los puso delante de la cara y los agitó suavemente.
- Los planché… ¡Pero es que tenían
muchas arrugas! – aseguré avergonzado. La verdad es que los
pantalones parecía que los había aplastado una apisonadora.
- Nath, las arrugas eran de fábrica –
alzó las cejas sorprendido. Sí, yo, míster perfecto, había
cometido un error. ¿Algún problema? Ya decía yo que algo no iba
bien mientras los planchaba.
- Mira que eres patoso – y empezó a
descojonarse en toda mi cara. Joder, qué guapo estaba mientras reía…
“Neutralizar pensamientos”. Necesitaba meter la cabeza en el
minibar de nuevo.
- ¡Lo siento! – Grité algo
enfadado. Vale que se riera, pero ya se estaba pasando. “Si me
hubiese dado unos pantalones normales.”
- Me hubiese gustado verte mientras
lavabas mi ropa – dejó de reírse (escandalosamente) y devolvió
los pantalones a la bolsa.
- Sí, ¿y con un traje de criada? No
te jode – entrecerré los ojos dedicándole así una mirada
asesina. Perdí. Él me devolvía una seductora y destruyó mi
defensa.
- En realidad yo te había imaginado
solo con una delantal mientras (te) tocabas (con) mi ropa.
Me dejó como una piedra cuando me dijo
aquello. Sobre todo porque estuve a punto de hacerlo. O sea, así
no, vestido, pero… Da igual. Este chico tenía un problema serio y
me estaba influyendo demasiado. Las palabras “castidad” y
“decencia” seguro que no estaban en su diccionario mental.
De nuevo el silencio se apoderó de la
habitación. No sé cuánto tiempo estuvimos así pero ya me estaba
viendo toda la noche despierto. No se me ocurría nada que decirle,
la verdad es que me hubiese gustado hablar de algo.
Castiel estaba tumbado en la cama, con
las manos bajo la cabeza y los ojos cerrados. No estaba dormido, ni
parecía tener la intención de acostarse. Seguramente estaría
esperando a que yo me rindiese y me metiese en la cama.
Claro que yo no tenía intención
alguna de meterme en la boca del lobo así que, simplemente, lo
ignoré.
Lo miré de reojo un par de veces.
Estuve a punto de darme por vencido y tirarme en la cama. Pero
seguramente lo que yo pensaba “hacer” en la cama era muy
diferente de lo que el pensaba. Me aguanté
- Nath – di un respingo. Sentía que
las cosas empezaban a torcerse - ¿Qué tengo que hacer para que
pilles las indirectas? – me preguntó poniendo las manos sobre su
rostro.
- ¿Qué? – traté de aparentar
sorpresa o despiste… Sólo diré que como actor apesto.
- Te he dicho que me toco pensando en
ti, nos hemos besados, nos hemos liado e incluso te he llevado a una
cita súper-moñas - ¿Era cosa mía o el orden debería haber sido
distinto? – y ahora estamos los dos, solos, en un hotel de noche y
con una cama de matrimonio. ¿Estás tratando de evitarme o es que
realmente no te has dado cuenta?
“Mierda, mierda, mierda…” Joder
lo sabía, ¿y ahora qué hacía? Una cosa era tener una cita y
besarlo y otra muy distinta era….
“Maldita sea”. Me enrojecí hasta
los cimientos cuando me imagine la escena. ¡Lo peor es que sabía
que yo mismo lo deseaba! Pero no era capaz de decir simplemente “sí”.
Tenía... ¿miedo? Posiblemente, nunca había salido con nadie, nunca
me había preocupado por nada, nunca me había sentido querido…
Negué con la cabeza, las cosas no
podían ir tan rápido. Tenía tres opciones:
La primera; hacerme el sueco e ignorar
lo que había dicho.
La segunda; quedarme allí a riesgo de
que hiciese (que lo haría) algo.
Y, la tercera; salir corriendo.
Aprobado. A correr se ha dicho.
La escapatoria hubiese sido perfecta de
no ser por cierta maleta tirada en el suelo. Tropecé con ella y
acabé estampándome contra la moqueta. Aquello fue para verlo; caí
totalmente en plancha. Me había roto algo seguro.
- ¡Nath! ¿Pero qué haces? –
Castiel se levantó de un brinco y vino hasta mí - ¿No habrás
pisado mi maleta?
- Estoy bien, no te preocupes – dije
sarcástico. El muy bastardo había cogido su maleta y la había
colocado como era debido en el escritorio.
Me revolví incomodo en el suelo sin
poder levantarme; me dolía todo el cuerpo. Poco a poco se me fue
pasando pero el torso me picaba a rabiar. Me sentía como si me
hubiese tirado en plancha en una piscina.
- Llevas una racha de caídas y golpes
que es para grabarla. Anda, levántate. – Sí, se estaba riendo de
mí. Otra vez.
Me agarró por la cintura con una sola
mano y me levantó sin mayor dificultad, lanzándome luego sobre el
colchón.
Se acercó a mí lentamente,
arrinconándome contra el cabecero. Mi oportunidad de huir se había
esfumado de una forma de lo más estúpida.
- No estarías intentando huir de mí,
¿verdad? – sus labios comenzaron a recorrer mi cuello lentamente,
provocándome. Sus dedos comienzan a introducirse en mi ropa, dejando
nuestros cuerpos cada vez más cerca. – Ya te vale.
Lo miré con los ojos entrecerrados,
rogándole que se detuviese. Pero mis ojos mostraban lo que mi cuerpo
sentía, el deseo de tenerlo entre mis brazos. Se dio cuenta.
Sus labios se posaron sobre los míos
violentamente y su lengua penetró en mi
boca sin encontrar resistencia. Tendió mi cuerpo con cuidado sobre
el colchón para que no me chocase contra el cabecero, situándose
luego sobre mí.
Abrió mi camisa para mordisquear todos
los rincones de mi piel que le eran accesibles. No podía soportarlo.
El suave roce de sus labios me estremecía y noté como mi
entrepierna palpitaba ansiosa. Necesitaba alcanzarla, tocarla, pero
el cuerpo de Castiel me lo impedía.
Me sobresalté cuando mordisqueó uno
de mis pezones. Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo
duros que se habían puesto. Ante mi reacción, Castiel decidió
juguetear más con ellos, pellizcándolos con sus dedos.
- ¡Arg! Deja de morderme… - pude
decir entre jadeos.
- No hasta que haya marcado todo tú
cuerpo – Se incorporó unos instantes para mirarme y me dedicó una
de las miradas mas salidas que podía imaginar.
Aquello solo hizo que me calentara más.
¿Acaso era masoquista? Seguramente. Mi entrepierna estaba
completamente húmeda, deseosa de ser tocada. Pero Castiel no tenía
intención de acabar tan rápido. Prefería verme rogar entre gemidos
para que me tocase.
Se deshizo de mi camisa y mis
pantalones sin que apenas me diese cuenta. Mientras estaba ocupado
traté de llevar mis manos hasta mi miembro, pero las interceptó en
el camino. Las agarró fuertemente, contra la cama, al mismo tiempo
que su pierna derecha se aventuraba entre las mías, presionando mi
erección.
Mi cuerpo se revolvía entre las
sábanas casi por instinto. Rendido, dejé de intentar soltarme y
Castiel dejó caer mis manos sobre la colcha.
Las alcé de nuevo pero esta vez con un
nuevo objetivo: su camiseta. Torpemente introduje mis manos en ella,
acariciando suavemente su piel. Fui levantándola a medida que
avanzaban mis dedos, hasta que finalmente pude quitársela. Contemplé
su cuerpo, fascinado. Siempre me había encantado. Acerqué mis
labios y rocé su piel con ellos. Bajé lentamente hasta la
cicatriz, apenas visible ya. La besé una y otra vez; aquella herida
debió hacer sido mía.
Castiel me empujó de nuevo sobre el
colchón y dejó caer su cuerpo sobre el mío. Nuestros labios
parecían fundirse en uno mientras nuestros cuerpos chocaban
acalorados y sudorosos. Sin querer levanté mi pierna y tropecé con
la erección de mi pelirrojo. Soltó un gemido ronco y presionó la
mía en venganza.
Se río picaramente, mordiéndose el
labio inferior mientras me contemplaba. Pasó su lengua por sus
labios, como si pudiera notar en ellos el sabor de mi cuerpo. Sus
ojos brillaban con malicia, como si estuviesen viendo un plato en un
restaurante de lujo. Me revolví avergonzado para que volviese a
tocarme, necesitaba sentir sus cálidas manos recorriéndome. Pero no
fue mi piel su meta esta vez.
Intentó desprenderse la única cosa
que separaba ya mi cuerpo del suyo, la ropa interior. Se inclinó
sobre mí, besándome al mismo tiempo que sus dedos se apoderaban de
mi ropa y la bajaban. Rápidamente llevé mis manos hasta allí y
detuve a las suyas.
- Castiel ,por favor. No – le rogué
casi en un susurro.
- Si estás intentando que me detenga
aquí, que sepas que es imposible. – se deshizo de mis manos y jaló
de mi ropa interior ,desprendiéndome de ella - ¿Te estás viendo?
Tu cuerpo habla por sí solo.
Con uno de sus dedos comenzó a rozar
la punta de mi erección. Pequeños rastros de pre-semen resbalaban
por mi miembro completamente erecto. Me estaba desquiciando,
necesitaba que lo tocase.
La vergüenza se apoderó de mi cuerpo,
Castiel no dejaba de observar todas y cada una de mis reacciones. Sus
ojos parecían devorarme a cada segundo y los míos querían ser
devorados.
- Apaga la luz –
le ordené frunciendo el ceño.
- Como quieras – asintió de mala
gana y se levantó a apagar la luz. Me había entregado a él.
Beso tras beso, caricia tras caricia,
el placer y el deseo me consumían, mi cuerpo parecía derretirse.
Cualquier pensamiento racional desapareció de mi mente.
Me retiró el pelo de la cara y me besó
la frente cariñosamente. Me sentía como si el fuego se hubiese
adentrado en mi cuerpo, no podía pensar en nada que no fuese él.
De repente, lo que tanto había
esperado de sacudió como una ola brava. Castiel agarró mi erección
y empezó a masturbarme. Su mano se movía con destreza.
Soltó mi miembro, dejando su mano
pegajosa. Él aún llevaba los pantalones. No se los quitó, pero se
los bajó lo suficiente como para poder liberar su erección.
Volvió a juntar su cuerpo con él mío,
haciendo que nuestros miembros erectos chocasen entre sí.
- Muéstrame como lo haces Nath – me
susurró sensualmente al oído – Enséñame como te tocas mientras
piensas en mí.
Agarró una de mis manos y la llevo
hasta mi entrepierna. Nervioso, tomé mi miembro y comencé a mover
mis dedos acariciándolo. No pude aguantar más cuando noté el suyo
rozar contra mi mano y empecé a masturbarme delante suyo. Al
principio su rostro mostró una sonrisa triunfante, pero, poco a
poco, su rostro se mostró ansioso, incapaz de controlarse.
Apartó mi mano de nuevo y abrió mis
piernas de golpe, dejado mi erección expuesta completamente ante él.
Recorrió mis muslos con sus manos, provocándome. Jugueteó por mis
ingles haciéndome cosquillas. Finalmente, cuando estaba a punto de
estallar, agarró mi miembro y reanudó lo que yo había dejado a
medias.
Extendí mis brazos y conseguí
agarrarme a su cuello, ocultando mi rostro en él.
- No contengas tu voz, déjame
escucharla - me susurró al oído.
Arqueé la espalda cuando la excitación
alcanzó la cima. Mis gemidos resonaron en la habitación,
acompañados de los jadeos roncos de Castiel.
Dejé caer mi cuerpo sobre el suyo y
entrelacé mis dedos en su pelo. Siempre era tan suave.
- ¿Qué dirían del señorito delegado
si lo viesen así? Con un cuerpo tan lascivo y pegajoso. – me dijo
mientras dejaba caer mi cuerpo sobre el colchón.
Cerré los ojos, cansado. Todo era tan
imposible. Quién me hubiera dicho que acabaría haciendo este tipo
de cosas con Castiel. Hace menos de un mes le habría pegado un
puñetazo a quien se hubiese atrevido a mencionarlo.
En aquel momento el resto del mundo
parecía no existir. Solo podía mirarlo a él, me había olvidado de
todo: mis amigos, mi hermana, mi padre… Parecía demasiado
perfecto.
Pero, cuando pensaba que todo había
acabado, Castiel volvió a lamer mis labios hinchados y a dar
pequeños mordiscos por mi cuello. Él aún no había acabado.
Sus manos se deslizaron por mi
espalda, atrayendo mi cuerpo al suyo. Se posaron en mi trasero,
ultrajándolo hasta que uno de sus dedos se deslizo y comenzó a
entrar en mí.
-No te duermas, aún queda lo mejor –
sus palabras me golpearon violentamente. Sentí como mi cuerpo caía
desde un rascacielos. Miedo. Estaba temblando, después de todo, lo
perfecto no existe.
Estaba paralizado, un sudor frio se
extendió por todo mí ser. No supe cómo reaccionar, no sabía qué
hacer. Solo pude arremeter contra Castiel, quizás demasiado fuerte y
alejarlo de mí.
- ¡NO! – grité casi
inconscientemente. Me alejé un poco más de él y me quedé junto al
cabecero. – No te acerques… - mi voz sonó ahora más débil,
monótona y lúgubre.
Permanecí un rato en estado de shock.
Ni si quiera yo sabía muy bien lo que había hecho. ¿Por qué lo
había apartado así?
Levanté los ojos buscando los suyos.
Castiel estaba perplejo. No dijo nada, bajó la mirada y su rostro se
oscureció como si las sombras se hubiesen apoderado de él. Quise
explicarme, disculparme, hablarle, pero no puede. Las palabras se
atascaron en mi garganta como clavos, sin poder salir.
Cuando volvió a mirarme sus ojos no
parecían los mismos, estaban huecos, sin brillo. Esta vez quien
estaba atónito era yo. Se levantó de la cama, abrochándose los
pantalones, cogió su camiseta y salió de la habitación dando un
portazo.
Apoyé mi cabeza en la pared. La
habitación que antes parecía arder ahora era más fría que el
hielo. Mis ojos se humedecieron y pequeñas lágrimas resbalaron por
mis mejillas. “Soy gilipollas, lo he echado todo a perder.”
Intenté calmarme y respirar hondo, pero mis ojos me traicionaban.
Esperé toda la noche a que volviese,
esperé para poder hablar con él. Pero no lo hizo. Sin moverme de
allí, me acurruqué en la cama mientras mis ojos se perdían en mis
pensamientos.
Ahí fue cuando me di cuenta de lo que
realmente sentía, Castiel se había convertido en la persona más
importante para mí. Y como un imbécil lo había echado de mi lado.
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